jueves, 1 de octubre de 2009

En el café del centro

La última vez que estuve con mi playade de amigos, fue un día al ocaso de la tarde en un café del centro.

Traíamos paraguas, aunque no llovió. Leonora pidió un té, como cuando lo pedíamos por la mañana, aprovechando que antes de las once era gratis, después con descaro pedíamos café, como si hubiéramos pagado la primera taza de café.

¿Qué pensarían si estuviera embarazada?, dijo Leonora. No lo había pensado antes, ni ninguno de nosotros. Dependiendo de la situación se diría: ¡felicidades¡ ¿ cuánto tiempo tienes? ¿Será niña o niño?

Me pregunté: ¿quién es el papá? Su papá hubiera preguntado ¿es de algún maestro? Y seguirían más preguntas, ¿por qué no te cuidaste? ¿ te casarás con él? ¿es casado? Y en un tono suave, comprensivo, protector sin decirlo ¿ahora que harás, abortarás?¿ qué harás con un niño? ¿Cuánto tiempo llevaban de novios? ¿De qué me había perdido?
Es que yo de siempre he sido preguntón.

El papá del niño, y digo papá , pues en realidad nunca habían sido novios, sino sólo amigos, era un joven abogado, alto, güero, bien parecido, de ojos claros, de barba cerrada, voz gruesa, algo pedante, con el pelo negro relamido con abundante gel y con nariz fruncida todo el tiempo, irónicamente todo lo contrario a ella; Leonora había dicho que le caía mal, pues era demasiado burgués. Del amor al odio y ya había un hijo de por medio.

¿Los ideales contaban? ¿A que clase pertenecería después, burguesa o proletaria?

El repique de las campanas de la catedral dio pie para finalizar nuestra conversación esa noche bulliciosa, ahí en ese café. Me despedí de ellos, abrazé a Leonora, Natti, Orlando, tomé mi paraguas. Me despedí con paso lento hacia Paseo Bravo mirando la luna llena mientras buscaba un cigarro en la bolsa de mi camisa , un frío aire acariciaba mi rostro y dispersaba el humo de mi cigarro.