viernes, 19 de septiembre de 2008

Máscara contra Máscara

Mi colchón nos servía como cuadrilátero para jugar a las luchas, las almohadas, armas suaves para golpear sin causar daño. No hacía falta invitar a mi perra, se invitaba sola. Le gustaba la borulla, el desmadre. Ladraba, se alocaba, corría de un lado a otro, mordía, daba brincos.

Antes de jugar, movíamos la tele nueva que mi padre había comprado. Era una más pequeña, se colocó sobre un mueble de madera, fue más fácil de mover hasta un rincón.

Había varias máscaras que usábamos, mi máscara preferida era la del Santo, pero había muchas más. Entre nosotros no había golpes con rencor. Siempre fue juego, una forma de diversión.

Muchas tardes mis hermanos y yo coincidimos en mi recámara. Veíamos televisión, platicábamos sobre anécdotas que sabíamos. Nos daba miedo aún así las contábamos. A veces el sueño nos vencía. Amanecíamos tirados sobre el colchón con todo y perra.

¿Pensaría ella que éramos de la misma especie?


Mi cama era también la de ella, después durmíó sobre el colchón . En una lucha de máscara contra máscara mi cama crujió, sus patas, de una en una se quebraron. Al suelo fuimos a dar. Corrieron mis hermanos con sus máscaras junto con la perra despavoridos. Yo quedé hasta el final, en pie de lucha.


Mi padre no dijo nada. Se tiró el mueble de la cama y pasó un largo tiempo antes de que volviera a usar otra nueva. Mientras tanto dormí todo ese tiempo en mi colchón sobre el piso. Cada que mi padre nos veía sobre el piso decía: “ Se los dije, sí siguen jugando en esa cama se van a dormir sobre el piso, y como fue “

lunes, 8 de septiembre de 2008

¿ tienes miedo?

¿En que momento llegó a gustarme el alcohol y ser cleptómano?
Debió haber sido en una fiesta. Sí, fue en una fiesta de quince años, yo apenas pasaba los dieciséis .

Sólo una vez fui chambelán. No me gustó. Fue más a fuerza que por voluntad. Esa vez no fui chambelán, fui invitado. No pasé la altura requerida para la quinceañera. De todas maneras no quería participar. Nunca se me ha dado bailar.

El día de la fiesta fue una noche excelente, bien se podía haber estado en una terraza contemplándola, fumando un cigarro, tomando una cerveza, platicando o fajando, a gusto de cada quién y se podía haber recordado esa noche por mucho tiempo.

A mí no se me olvidará.

Ahí estaban todos los primos, muchos habían cooperado para esa fiesta. Sí había que invitarlos, que mejor que fueran padrinos. En todas las mesas había una botella de brandy y una piña en el centro decorada con pedazos de piña, quesos y jamón. Al final arrasaron hasta con las piñas, que eran parte de la decoración.



Había una luz tenue en todo el salón, velas iluminaban las mesas. Me gustó la cena. El pollo frío y el espagueti estuvieron muy ricos, aunque el bolillo que me tocó estaba más duro que un pan de fiesta. Mi madre me dijo que no me quejara, que mucho hacía el papá de la quinceañera con festejarla.

Hubo mucha comida y mucho vino. De la música no presté atención. Salí antes de empezar el borlote.

Esa noche, dos de los chambelanes que eran mis amigos y dos primos más, todos ellos mayores que yo, pensaron en tomar clandestinamente fuera de ese lugar. Hurtarían algunas botellas.

Ese día, la suerte no estaba de mi lado. ¿Tienes miedo o qué?, me dijeron. Tenía miedo, pero no lo dije. Sólo moví la cabeza en un gesto de “ no tengo miedo” .

Pensé en que sería lo más sencillo del mundo. Agarrar la botella, guardármela en el saco y salir tan campante como si nada. A la luz de las velas, con la música de fondo, todos viendo a la quinceañera, ¿quién iba a prestar atención a un invitado robándose una botella?

Cuando el vals de la quinceañera terminó y pasó una interminable lista de padrinos, tíos, primos y colados a bailar con ella. Dudé un instante. Tal vez calculé mal el tiempo, por que era un vals que parecía no acabar.
Yo no pasaría a bailar con la quinceañera. No era padrino, ni me gustaba bailar. Dos ya se habían ido el lugar con las respectivas botellas. Faltaba yo.

Tomé la botella. La guardé, caminé por entre algunas mesas. El centro de atención era la festejada, yo no, pero…como estaban filmando me desvié, ya no me podía regresar, no me detuve, pasé cerca de la quinceañera. Vi sus manos hacia mí. Su cuerpo se movía a ritmo de la música, venía valseando hacía mí. No pude huir. Ella me sonrió.

Agarró mis brazos, tan rápido que no pude detener con mis mano la botella de brandy que tenía oculta, resbalándose hasta el piso.

martes, 2 de septiembre de 2008

La botella de brandy

No era la primera vez que había probado el alcohol. Ya había tomado muchas veces cantaritos con alcohol, cervezas y cubas.


Mi papá acostumbraba tener en la alacena una botella de tequila o brandy. Yo miraba como agarraba la botella, se servía en un vasito, lo tragaba como cualquiera que toma un vaso de agua.

Yo también un día quise hacer lo mismo. Agarré la botella de brandy, lo destapé y me empiné la botella. Intenté tragarlo como agua de limón, se me atoró, fue fuego en mi garganta.

Quedé paralizado de miedo,con los ojos desorbitados, con la garganta
atragantada por los tragos de brandy, corrí, di brincos sin obtener resultados. Pensé que moriría.
Agarré la botella, la puse en su lugar y sequé mis lágrimas entre susto y el atragantamiento de alchohol. Pasaron unos años antes de volverlo a probar una vez más.