Algunas veces participaba de las conversaciones entre machines., la mayoría de las veces en desacuerdo con sus conjeturas y su manera de pensar.
Era casi inconcebible que a esa edad alguien tuviera quejas de un condón. Así lo dijo una vez el Güero Ramírez: “qué no había condón que cubriera a gusto sus partes íntimas”. Le lastimaban un chingo y tenía miedo de una amputación, pues afirmaba que una vez a su perro le puso una liga apretada en su larga cola, secándose ésta, quedando mocho después. Esa queja en lugar de causar risotadas como era habitual, causó caras de preocupación.
Era casi inconcebible que a esa edad alguien tuviera quejas de un condón. Así lo dijo una vez el Güero Ramírez: “qué no había condón que cubriera a gusto sus partes íntimas”. Le lastimaban un chingo y tenía miedo de una amputación, pues afirmaba que una vez a su perro le puso una liga apretada en su larga cola, secándose ésta, quedando mocho después. Esa queja en lugar de causar risotadas como era habitual, causó caras de preocupación.
Una larga lista de mujeres habían pasado por su cama, según él, su primo era testigo de ello, pues siempre remataba con un ¿verdad wey? , dirigiéndose a él.
Éste siempre movía la cabeza de arriba hacia abajo sin decir nada, afirmando con éste moviendo que era verdad. Cuando alguien ajeno a ese grupo de amigos llegaba, las conversaciones cesaban, indicándole de esta manera que no era bien visto ahí.
Por su parte El Negro afirmaba que el exceso de acné en su cara era provocado la testosterona en demasía, la masturbación y su virginidad. Eso causó sonrojes entre todos cuando en plena clase le preguntó al maestro de biología qué sí eso era verdad. El maestro lo desmintió una y otra vez, vaya la necedad del Negro. Uno y otro creían tener la razón. Así como pregonaba su virginidad así pregonó cuando lo dejó de ser dos años después. El acné no ceso.
Nunca faltaron las tácticas de los Don Juanes que daban técnicas de cómo ligar y llevarse a una vieja a la cama. La regla número uno: Tenía que obedecer siempre, no objetando nada, sino era falso su amor. Así cuando en los primeros escarceos sexuales ella objetaba al momento de desabrocharle la blusa, él podía decir sin remordimiento: ¿… es que acaso no me quieres…?
No sé que tantos disparates se decían en torno al miembro viril, como cuando oí accidentalmente una conversación entre mujeres. Una de ellas afirmaba que esa tumescencia viril era producto de un hueso que iba dentro. Sino cómo se explicaba esa forma y esa rigidez.
Yo no dije nada. Nada más me reí. Yo no tenía ningún hueso dentro de él, quedé pensativo
Muchas cosas contadas fueron mentiras, algunas de ellas verdad
Como la anécdotas del Gordo, un tipo bonachón de mediana estatura, pelo negro afro que le gustaba sobornar a los maestros y luego quemarlos con los demás, no importándoles a éstos. Tenía una asquerosidad de no ocultar la voluptuosidad de los vellos de su cuerpo. Se jactaba de no usar ropa interior y andar con la bragueta abajo.
No tenía tema de conversación, algunas veces reservado especialmente con las mujeres de su edad, no así con las mayores. Prefería siempre hablar en el pequeño círculo de amigos que mezclarse abiertamente con los demás.
Nos contaba de sus amantes que tenía, todas ellas mayores de edad. Eso fue verdad. Ya para acabar el último año escolar en un plática, una compañera nos comentó que el Gordo tenía una novia que le llevaba como diez años, pues casualmente era enfermera y vivía cerca su casa.