miércoles, 7 de mayo de 2008

La bolsa de cuetes

A fines de ese año recuerdo estar rodeado de mis dos hermanos, primos y primas. No sumábamos más de diez en total. Fue la última vez que estuvimos juntos. Llevamos una piñata y muchos, muchos cuetes.
Algo raro estar ahí todos juntos. Cuando se trataba de que mi padre visitara la casa de mi abuela ponía pretextos: el trabajo. Mi madre también ponía pretextos para ir a la casa de mi padre: el quehacer del hogar que nunca acababa, la comida que tenía que estar lista para los hijos o un dolor repentino de cabeza...Eso siempre le funcionaba.

Ese día, mi padre estuvo en una presente ausencia, fumando, rodeado de una aureola de humo, como tratando de ahuyentar a los demás con ese fétido hedor. Esa adicción la adquirió ya tarde. No tengo recuerdos en mi temprana infancia de su adicción al cigarro. Mi madre feliz, en la que un día fue su casa, con los suyos. Se une a los villancicos, no se acuerda de nosotros. Mi padre nos tiene en la mira, no tolera el ruido, se aleja, trata de disimularlo de mala gana. Lo veo en sus expresiones, en su mirada inquisidora.

Encerrados en una habitación, los escuincles murmurábamos, todo nos causaba gracia, hacemos planes, nos apartamos de mi padre, a veces he llegado a pensar que le molesta la felicidad de los demás. Ante cualquier desmán, ruido, algo que no le parece por parte de sus hijos, suelta zapes a diestra y siniestra, sea grande, sea chico, a solas o en público, suelta el golpe sin investigar bien.


No pide perdón por su error, son gajes de un padre resentido de la vida. De siempre es frío, autoritario, no escucha, por eso no nos acercamos, todo le parece mal.

Entrada la noche quebramos la piñata. Hubiéramos llevado dos, una no fue suficiente para tan buen ambiente, el siguiente año llevaremos varias coincidimos mi hermanos y yo. Faltaba quemar los cuetes. Mi hermano hizo una selección de cuales llevar. Así los más quemados fueron los chifladores y otros, en los que, era más fácil quemarse con un cerillo que con esos cuetes. Otra bolsa quedó en mi casa guardada, escondida ante la vista de mi padre.

Vivimos un mismo año diferente. Los adultos en la azotea reviviendo muertos no olvidados, llorando de tristeza ante los ausentes. Yo no logro comprender su pena y me entusiasmo con la bolsita de papel que parece no tener fin. Me uno a la algarabía de los primos, todo es risa, felicidad.

Bien que la pasé, hasta que mi padre opacó la madrugada, los chifladores rezumbaron en los oídos de éste y lanzó zapes. Echar aguas no fue suficiente.

¡ no entienden que pueden quemar algo, carajo¡

¡ Itzhak , ni la friegas pareces chiquito¡

Fue la última vez que estuvimos en esa casona. Ya no había pretexto para estar ahí, ya no estaba la abuela.

2 comentarios:

Diego dijo...

esta muy entretenido tu blo, visita el mio por fa k es http://superflifli.blogspot.com/

Unknown dijo...

qué edad tienes?