lunes, 20 de abril de 2009

Mil novecientos noventa y nueve

Cada vez pasaba menos tiempo en el departamento y más fuera. Cualquier pretexto era bueno para estar en la calle. Hacía algún tiempo que no cortaba mi cabello. No lo peinaba, lo echaba hacía atrás, tratando de hacer una pequeña cola de caballo. Me veía desalineado, no me importaba.

Usaba unos inseparables zapatos de gamuza verdes, y una sudadera con gorro de igual color que me acompañaba a todos lados.


Algunas tardes- noches me gustaba caminar, así caminaba desde Paseo Bravo, hasta la Catedral, por toda Reforma. Siempre había algo nuevo que ver. Me ha gustado siempre el aire fresco de la noche sobre mi cara, o la suave brisa de un chipichipi, sentarme en una banca cualquiera, en un open restaurant, prender un cigarro y ver la gente pasar.

Ver las cosas más imperceptibles, sin hablar, sin concentrarme en nada, sólo escuchar el ruido de unos tacones al pasar, de un claxon, las risas de un grupo de amigos, de una plática a la que no estoy invitado, oler el aroma de un café, jugar con un cigarro entre los dedos de mi mano, cómo en espera de una cita no acordada, divagar sobre las historias de cada uno de los que están ahí.

Me gusta acompañar mi café con una rebanada de pay de queso, cubierto con salsa de zarzamora, el café, el café.

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