sábado, 23 de mayo de 2009

Bien pudo llamarse...

El frío de esa noche de un viernes cualquiera de los primeros días de febrero no incitaba a nada. Por momentos caía una brizna ligera, tan ligera que era casi imperceptible cuando acariciaba la piel, pero que mojaba. Los vidrios de la recámara estaban empañados, para poder ver hacia fuera tenía que hacerse un círculo sobre los vidrios.


En la recámara se esparcía el suave aroma de café; se escapaba de la recámara por la rendija de la puerta, y revoloteaba con el aire frío de ese día. Emilio invitó el café y lo sirvió en unos vasos térmicos.


Sería temprano, nueve o nueve y media de la noche. Tenía puesta mi sudadera café y una bufanda que había tejido mi amiga Leonora hacía poco, y me la había obsequiado en navidad. Mis viejos tenis estaban en el suelo, mi padre decía que con esos tenis en cualquier esquina me darían limosna. Mis amigos del departamento decían que con esa sudadera parecía retrato. Al principio me incomodó ese comentario, ya fuera por no tener para otra sudadera o querer que me vieran así, me hice inseparable de ella.


La luz estaba apagada, la televisión en blanco y negro prendida, el aroma del café se dispersaba de los vasos de unicel, nosotros acostados. Emilio y yo recostados en una misma cama, llegué a pensar que él pasaba más rato ahí que yo. Axel y Carlos estaban en otra cama, Julio en una silla. Él fue el que bajo a abrir la puerta cuando tocaron.


Aarón llegó con dos bolsas negras. Él siempre se la pasaba ahí, yo no tenía ganas de bajarme de la cama, tenía la intención de meterme debajo de las cobijas, aprovechar mi sueño, ser arropado por el frío, el aroma del café y arrullado por las conversaciones de esa noche .

Después de la rencilla que tuve con él su presencia allí me era indiferente. Apuesto que sí me lo hubiera propuesto, no me hubiera levantado, habría inventado algún pretexto, una mentira inverosímil, un síntoma extraño, un resfriado, que estaba tomando alguna pastilla para la tos o un anticonceptivo, cualquiera evasiva hubiera sido buena para no levantarme.

La película de tiburón en la televisión en blanco y negro nos distraía, nadie hablaba durante la película. La televisión todavía servía; saludé a Aarón indiferente, él saludó efusivo a todos. Se dirigió a la otra recámara, como cualquiera que vive en esa casa, pero él no vivía ahí. Eso me molestó. Nos levantó de la cama. No quería moverme, “párate kabrón, no seas huevón “, me dijo.

Sobre la mesa estaba toda la parafernalia para una larga borrachera, tequila, botanas, vasos tequileros… Él vestía un suéter oscuro y un pantalón de mezclilla azul petróleo, zapatos negros. Traía un corte de cabello tipo honguito y barba de candado. Se remangó el suéter, respiró profundo, alzó el primer vaso y dijo: “me caso”. En ese momento se escucharon gritos, chiflidos y ajuás. Se le abalanzaron y lo tiraron al piso. Yo miraba. No participé. Mi indiferencia ni se notó

No pregunté, esa reunión pudo haberse llamado “despedida de soltero” .No había asistido a una con anterioridad. Creí que iba a ser como en las películas, qué habría música, qué llegaría una bailarina y se desvestiría. Imaginé por un momento que sería diferente. Pero no hubo música, ni llegaron las bailarinas… Tampoco hubo más tequila, sólo dos botellas, se acabaron el tequila y nos acabamos las galletas que abrimos en un principio para acompañar el café.


Aarón nos instruía como teníamos que tomar el tequila, el rito de la sal y el limón. Jugámos ser hombres adultos muchas veces y otras éramos unos niños, a conveniencia. Yo no di el jalón de tequila al vaso, no quería correr por toda la recámara con el trago atorado. Sólo le di un sorbo, como quién toma algo de forma desconfiada sin saber que reacción puede tener.

Haciendo una retrospectiva, me hubiera divertido más, emborrachado hasta caerme de borracho por primera vez, bailado hasta el cansancio, no fue así. Sólo tomé un vaso tequilero y canté. El tequila se disfrutaba entre… caminos de Guanajuato, El Rey, la Puerta Negra. Fue la última vez que Aarón estuvo con nosotros. No sé que se hacía en las despedidas de solteros. Nosotros sólo tomamos y reímos, cantamos como locos todas las canciones de amor y desamor de Vicente Fernández y … se me olvidan muchos detalles, pero así recuerdo esa despedida que bien pudo llamarse ,” despedida de soltero”.

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