lunes, 28 de septiembre de 2009

Amor con fecha de caducidad

Era una tarde oscura pero despejada, sin nubes, sin luna, con un aire tibio. Caminando sobre la calle de Reforma, Octavio me contó más sobre su novia. Lo sentimental le salía de repente, ¿sería el humo del cigarro, o el bullicio de la gente, los autos, o todo junto? Apuesto que estaba dispuesto a dejar todo por ella; lo de él no era amor, era una adicción al sexo, pero amor era algo cuestionable. Uno se puede enamorar de cualquier mujer, ¿pero de una prostituta?

Él para ella era sólo un objeto, un amor desechable con una caducidad próxima a caducar.

Todo lo que sabía de ella era por voz de él. Creo que era su mejor amigo, que digo su mejor amigo, su único amigo, su confidente, porque con ella no platicaba, sólo tenían relaciones sexuales; yo confidentes no tenía, lo escuchaba, no cuestionaba, no opinaba, sólo sí me pedía alguna opinión, de lo contrario me concretaba a escuchar.

Lo que me pasaba no lo contaba a nadie, lo guardaba en algún lugar sin sacar mis sentimientos o emociones. Pensaba mi vida era tan irrelevante, que no tenía caso contarla.

No sé que se decían los mejores amigos, pero el me contaba todo, hasta su relación marital a detalle. Bueno, lo único que él tenía en la cabeza en ese momento era una luna de miel Interminable.

Algunas semanas después, encontramos a su novia sobre la acera contraria a nosotros. Era realmente joven y muy guapa, como alguien de mucha clase.


Traía unos pantalones blancos ajustados, con unas sandalias altas, una blusa entallada y una mascada pequeña y discreta sobre su cuello, el pelo lo llevaba suelto a raya en medio. Sin enseñar su cuerpo dejaba todo a la imaginación.

Octavio se detuvo, la miró, ella no; salía con un señor treinta años mayor que ella, independiente, de buen nivel económico, y casado. Eso a ella ni a él parecía impórtales.

El amor que un día pensó que habían sentido por él había caducado.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Rodrigo Vs Axel

No le di importancia cuando mis síntomas apuntaban a un leve resfriado, me había resfriado tantas veces que había perdido la cuenta. Días después me bañé temprano y salí sin suéter, regresaron nuevamente los síntomas de lo que parecía un resfriado, ésta vez con más intensidad. Nunca antes había estado así, me sentía muy mal, deprimido, tenía escalofríos, fiebre. Me regresé al Defe, estuve ausente del departamento por dos semanas.

Cuando regresé me contaron que en mi ausencia hubo una fiesta en el departamento. Cada uno tuvo una versión. Me contaron que Axel y Rodrigo tuvieron un altercado, en eso coincidían todos. Julio no recordaba nada, dijo que se quedó dormido pasada las doce de la noche, por lo que supuso que la riña fue después de esa hora. Carlos no estaba, el otro Carlos, amigo de Axel me contó a detalle lo sucedido.

Recordaba todo con precisión, a veces agregando detalles que no pasaron, pero eso a él no le importaba; no recordaba el motivo de la reunión. No tenía que haber un motivo, ahí se tomaba si alguien estaba triste, o si estaban todos contentos, o si era fin de semana. Sí hubiera habido un motivo en especial, éste hubiera pasado a segundo término porque ahí se tomaba cada ocho días, no importando el motivo.

…Empezamos con cervezas wey, vinieron unas amigas de Emilio wey, esas viejas siempre están donde hay alcohol gratis wey, ¡ nunca faltan¡ Vinieron la Alejandra, Sandra la caderona, la que esta bien buena wey. La que no vino fue su prima de Emilio wey, andará con su wey, ¡ seguro¡ Ah wey… se me olvidaba, también las dos chavas gueritas que viven por conta. Y ps también vino el otro wey que siempre se me olvida su nombre; el que no faltó fue Rodrigo, su viejo de Emilio…


Emilio no estaba en ese momento para dar una réplica, tal vez por eso contaron todo a detalle, dando cada uno de ellos su versión.

...Ah y te digo, cuando las cervezas se acabaron fueron por vino.

¡Esos pendejos para tomar no sirven¡ , dijo Julio.

¡ Tú pareces burro viejo qué en donde quieras te duermes, wey¡, dijo Axel.

Yo no decía nada, todavía no sabía el porqué de los golpes entre Rodrigo y Axel... Ah, te decía, Itzhak. El único que faltaba, ¿ quién crees que era... ? Pues Rodrigo, me dijo, y continuó hablando mientras Axel sacaba un cigarro de su cajetilla Marlboro , con un ademán mostraba la cajetilla. Tomamos un cigarro cada cada quien.


...Éste wey pensó que andaba bien pedo, ¡ pendejo¡ , dijo Axel. Tenía sueño, pero no andaba apendejado, wey. El puto estuvo relax toda la noche, para no hacerte el cuento largo, andaba con sueño, pensé dormir en el otro cuarto, ahí no había nadie, wey. Mientras hablaba aspiraba el humo del cigarro y luego lo soltaba hacia lo alto. Rodrigo me llevó al cuarto, su mano la traía en mi hombro, como abrazando, bien que me acuerdo, chinga. El puto atrancó la puerta wey, yo me di cuenta, sino hasta después. Entonces me tocó la entrepierna. Quería desabotonarme el pantalón, pero estaba más pendejo que yo y no pudo.

Entonces el wey me besó, y fue cuando lo empecé a madrear. El wey no encontraba el apagador y la puerta la tenía atrancada con una silla, corrió hacia la puerta que no abrimos. Quiso abrirla, la jalaba. Estaba atorada, no abrió.

Tuvimos que empujar la puerta, dijo Carlos. Estaba atorada, escuchábamos gritos, como de una vieja loca gritando. Hubo silencio. Julio sacó el humo de cigarro que tenía en su boca, hizo unos aros de humo despacio, como haciendo tiempo.

¡ Yo entre sueños pensé que estaban matando a un puerco¡

Julio volvió a tomar su cigarro, quedó serio, mientras nosotros nos reímos al escuchar tal disparate.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Raro día

Raro día

Era un día feriado, las horas transcurrían lentas, como si el reloj no avanzara. Yo había abierto las cortinas de la recámara, ahora que recuerdo no sé porque siempre permanecían cerradas; miraba el cielo, oscuro, lúgubre, fumaba recostado sobre la cama. No había nadie a esas horas, raro día.


Emilio recién acababa de llegar con Rodrigo, me saludaron y se recostaron en la cama junto a mí, rolé mi cigarro. Nunca supe que pensaban ellos, que pasaba en ese breve instante por su mente… Emilio no conversó de sus conquistas, si Carlos hubiera estado ahí, lo hubiera mirado suspicaz, con cara de incrédulo, sin disimulo, pedante; Julio le hubiera pendejeado más de una vez, era el único experimentado con las mujeres, el que no tenía que andar pregonando, aunque sus experiencias, fueran todas ellas prostitutas.

Emilio, empezó a conversar de lo que Julio alguna vez le contó, de algunos ruidos extraños que había escuchado en el recámara contigua a nosotros. Bajó la voz, lo miré serio. Sus conversaciones eran siempre de mujeres, sexo. No creí lo que decía en ese momento. Rodrigo sacó un cigarro de marihuana, lo encendió y callamos.

Emilio lo tomó, dio una fuerte bocanada, la contuvo unos instantes y la expelió de manera suave.

Dice el pinche Julio, que ha escuchado ruidos… el pendejo ha de haber estado bien borracho, o drogado, para andar escuchando esos ruidos.
¡ pendeejo¡

Yo me acuesto en el otro cuarto, y me he quedado solo en el departamento muchas veces y nunca he escuchado nada. Hizo una señal con sus dedos y afirmó: ¡ Por Dios que nunca he escuchado nada¡ Ya me lo había dicho otro wey…no le creí, de hecho sigo sin creerle. Yo creo que por eso se fue de aquí el wey. Qué va andar escuchando ruidos Julio, el pendejo, tiene el sueño pesado. ¡ Al wey no lo despierta ni un temblor¡

Empezamos a reír sin parar.


El olor del cigarro invadió todo el lugar. Emilio abrió la puerta de la recámara; el cielo ennegrecido se iluminaba por los fuertes truenos. Me levanté de la cama y contemplé la lluvia. Me pare en el filo de la puerta, caía en ese momento un recio aguacero, un aire frío, suave, me acarició. Rodrigo me pasó el cigarro y lo fumé despacio, y de pronto me sentí melancólico, demasiado sentimental al ver la lluvia, las gotas que rebotaban en el suelo mojaban mis pies descalzos.

Extendí mi brazo y toqué la lluvia, salí de la recámara y me quedé en medio del patio. Las gotas de agua deshicieron mi cigarro entre mis dedos; mi cabello que no había cortado en meses y lo traía amarrado en una cola de caballo caía mojado sobre mi rostro.
Empecé a dar vueltas como un niño en un loco juego, solitario. Ya no fumaba. Me quité la camisa, el pantalón y quedé desnudo bajo la lluvia