domingo, 13 de septiembre de 2009

Raro día

Raro día

Era un día feriado, las horas transcurrían lentas, como si el reloj no avanzara. Yo había abierto las cortinas de la recámara, ahora que recuerdo no sé porque siempre permanecían cerradas; miraba el cielo, oscuro, lúgubre, fumaba recostado sobre la cama. No había nadie a esas horas, raro día.


Emilio recién acababa de llegar con Rodrigo, me saludaron y se recostaron en la cama junto a mí, rolé mi cigarro. Nunca supe que pensaban ellos, que pasaba en ese breve instante por su mente… Emilio no conversó de sus conquistas, si Carlos hubiera estado ahí, lo hubiera mirado suspicaz, con cara de incrédulo, sin disimulo, pedante; Julio le hubiera pendejeado más de una vez, era el único experimentado con las mujeres, el que no tenía que andar pregonando, aunque sus experiencias, fueran todas ellas prostitutas.

Emilio, empezó a conversar de lo que Julio alguna vez le contó, de algunos ruidos extraños que había escuchado en el recámara contigua a nosotros. Bajó la voz, lo miré serio. Sus conversaciones eran siempre de mujeres, sexo. No creí lo que decía en ese momento. Rodrigo sacó un cigarro de marihuana, lo encendió y callamos.

Emilio lo tomó, dio una fuerte bocanada, la contuvo unos instantes y la expelió de manera suave.

Dice el pinche Julio, que ha escuchado ruidos… el pendejo ha de haber estado bien borracho, o drogado, para andar escuchando esos ruidos.
¡ pendeejo¡

Yo me acuesto en el otro cuarto, y me he quedado solo en el departamento muchas veces y nunca he escuchado nada. Hizo una señal con sus dedos y afirmó: ¡ Por Dios que nunca he escuchado nada¡ Ya me lo había dicho otro wey…no le creí, de hecho sigo sin creerle. Yo creo que por eso se fue de aquí el wey. Qué va andar escuchando ruidos Julio, el pendejo, tiene el sueño pesado. ¡ Al wey no lo despierta ni un temblor¡

Empezamos a reír sin parar.


El olor del cigarro invadió todo el lugar. Emilio abrió la puerta de la recámara; el cielo ennegrecido se iluminaba por los fuertes truenos. Me levanté de la cama y contemplé la lluvia. Me pare en el filo de la puerta, caía en ese momento un recio aguacero, un aire frío, suave, me acarició. Rodrigo me pasó el cigarro y lo fumé despacio, y de pronto me sentí melancólico, demasiado sentimental al ver la lluvia, las gotas que rebotaban en el suelo mojaban mis pies descalzos.

Extendí mi brazo y toqué la lluvia, salí de la recámara y me quedé en medio del patio. Las gotas de agua deshicieron mi cigarro entre mis dedos; mi cabello que no había cortado en meses y lo traía amarrado en una cola de caballo caía mojado sobre mi rostro.
Empecé a dar vueltas como un niño en un loco juego, solitario. Ya no fumaba. Me quité la camisa, el pantalón y quedé desnudo bajo la lluvia

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