Esa noche no platicamos. No así las noches subsecuentes, platicábamos hasta quedar dormidos. Cuando entré a la recámara me tendí sobre ella quedando con los brazos abiertos. Me acosté, pero no tenía sueño. Al apagar las luces no hablamos. Yo miré una y otra vez el lugar, hasta ese momento extraño. No había ruido, excepto el tic tac del reloj.
Las dos recámaras estaban en el segundo piso, y al entrar a una de ellas, donde yo dormía se veían dos camas, separadas ambas por un buró. Un mueble de madera viejo al igual que el televisor estaba junto a la puerta, frente a las camas. No recuerdo la marca del televisor, pero era blanco y negro, apuesto a que era de bulbos. No tenía clavija, las puntas del cable se conectaban directamente al contacto. Enseguida estaba un escritorio y una silla de madera. Sobre la mesa, nada. Arriba de ésta, sobre la pared, un reloj. Cerca al escritorio una puerta con un marco de madera, pero sin puerta que daba hacia un minúsculo pasillo que conducía al baño, éste sin puerta. En esa recámara, al rincón estaba un closet viejo, rústico, imponente, de techo a piso, de pared a pared. En la otra recámara estaba uno igual, éste después fue semitapizado con sobres de condones vacíos; colocados en hilera descendente sobre una de las juntas de la madera del closet.
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