martes, 18 de marzo de 2008

¿Cómo quiere el corte, joven?

De niño no andaba con cabello corto. El pelo lo llevaba rozando las cejas, el largo cubría por completo ambas orejas, era un peinado de estilo cazuelita. No me molestaba ni me disgustaba, me era indiferente, nunca antes le había prestado atención. Lo extrañé tan pronto mi padre me llevó a la peluquería, y deje de ir a la estética unisex, donde se lo cortaban regularmente a mi madre.
Donde iba mi padre era todo tan diferente. Un olor a humo de cigarro, talco, alcohol y brillantina se percibía al entrar al lugar, ya no a peróxido ni a esmalte para la uñas. Los cromos con peinados de señora y propaganda de tintes colgados en las paredes pasaron a cromos de mujeres en trajes de baño. Las revistas de modas y espectáculos se quedaron en la estética.

Las conversaciones eran muy similares, hablar de todo, de la gente, del clima, política, deporte.

Un amplio espejo de lado a lado era lo primero que se veía, estaba colocado sobre un anaquel de madera, frente a él se veían tres sillones perfectamente distanciados uno de otro, aunque siempre estuviera sólo un peluquero.

Un anaquel de madera viejo, a tono con el interior del negocio, al igual que toda la estantería insistentemente pintada burdamente con pintura de aceite blanca, una y otra vez, servían para colocar toda la parafernalia que usaban. Todo se veía y olía a viejo. Excepto las revistas.

En una esquina había una gran variedad de revistas, muy diferentes a las de la estética, no faltaban novelillas de vaqueros, revistas de nota roja y el periódico del día. Cuántas cosas por hojear. Fue la primera y última vez que lo hice frente a mi padre. De siempre tuvo aversión hacia ese tipo de lecturas. Así cuando quería hojearlas, era en la peluquería, o en algún lugar donde no estuviera mi padre presente.

Cuando fue mi turno el peluquero acomodó un asiento de madera, empotrado sobre un sillón enorme para que no me perdiera en él. ¿Cómo quiere el corte para el niño? Nunca me preguntó a mí. Corto, corto, de cepillo, dijo ordenando mi padre. Los vi a ambos con ojos grandes al ver caer mi cabellera. No dije nada. Una rabia se apoderó de mí ese día, apreté los dientes, aún lo recuerdo.

No me miré en el espejo durante muchos días. No tener cabello me disgustaba, detesté el corte de cabello, al peluquero y a mi padre por mucho tiempo. Ya sin cabello tenía otra apariencia física, en el salón me sentí raro. Más de una vez fui pelón de muestra para los demás.

No podía hacer berrinche, ni llorar, no enfrente de mi padre. No existía el yo creo… yo pienso…yo quiero. No había dialogo. Alguna vez que alcé la voz con mirada retadora, mi padre soltó una bofetada, a veces dos. Aprendí a cerrar los ojos en esperaba de sentir su pesada mano sobre mi rostro. A veces llegué a pensar que él lo disfrutaba. Yo no me inmutaba, sólo esperaba, quietecito nomás.
Poco a poco me empecé a alejar de él, de sus conversaciones.
Después de varios años empecé a ir yo sólo a la peluquería, allí, éste siempre preguntaba ¿Cómo quiere el corte, joven? Corto, corto, por favor. Aún después de muchos años, me acostumbré a pedirlo así.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Qué extraña sensación has de haber experimentado. Me imagino como una reafirmación de la sexualidad que los padres les quieren dejar bien en claro a sus hijos, cuando a uno lo único que le interesa es jugar y correr. Jaja, tal vez nada que ver, pero bueno.

Oye a qué te refieres con eso de que fuiste pelón de muestra?

El Aletz dijo...

Orale, que fuerte. A mi también me pasaba igual, la relación con mi papá no es del todo buena, pero tengo esos recuerdos de situaciones similares.
Al menos no fuí el único¡¡ jajaja
Saludos¡¡¡
Aletz