domingo, 11 de mayo de 2008

4 de Enero

Dejamos la casona un 4 de Enero, así que el día de los Reyes se adelantaron. Cuando la tía Eulalia me preguntó que le pediría a ellos, no le contesté, me sonrojé. Nunca dejes de creer en ellos, todos llevamos un niño dentro, me dijo.

Nunca se casó la tía. Ella era su compañía de la abuela, ambas perdidas en esa casa grande con much os cuartos con camas, con pajaritos en jaulas en los pasillos y macetas de barro con plantas de hojas grandes y verdes bien cuidadas.

Por las mañanas el olor del grano del café que salía de la cocina volaba, cruzaba el pasillo donde dormían los pajaritos, brincaba los geranios y entraba por las habitaciones. Nunca faltaba el café desde temprano, ese olor me despertaba.

El café ya estaba puesto desde las siete de la mañana. Por las tardes era lo mismo. Siete de la noche, casi en punto. Si algo había en esa casa, era puntualidad o la monotonía o una combinación de ambas. Se desayunaba, comía y merendaba a la misma hora. Se tomaba café en la mañana, y por la noche, estuviese lloviendo, hiciera calor o frío.

En la cocina había bolillos que compraban desde temprano y nata fresca para el que quisiera. Así que mis desayunos siempre eran bolillos dorados untados con nata y un jarrito de barro con café de grano. Así el olor de café en las tardes de lluvia o muy temprano, evoca mis pensamientos la cocina de mi abuela.

La tía volcaba un exacerbado amor hacia sus sobrinos, a quienes cariñosamente llamaba sus hijos.

El cuatro de enero, antes de partir, mucho antes de la siete de la mañana, el olor de café nos despertó. Antes que nos dijera la tía Eulalia : “vayan a buscar sus juguetes” nos adelantamos. Buscamos y rebuscamos. No había nada, ni el zapato que dejamos, ni el juguete. Nos volvimos a acostar.

Hacia un año atrás que mi prima al despertar antes que de costumbre un seis de Enero vio a los Reyes, me dijo. No se incorporó, al contrario, se quedó quieta, para ver tambaleando, casi enfrente de ella con un gran moño colorido su regalo. Así que todavía a oscuras, con el rabillo de un ojo observó el movimiento y sin inmutarse por el tosco ruido que hacían para poder meter esa nueva cama a su cuarto. Pendiente estaba con cara de consternación y sorpresa.

“No dije nada, no me atreví, me iban a calabazear, me confesó.

Así sentados a la mesa con un zapato cada quien miramos para todos lados Fingimos no saber nada. No desayunamos rosca de Reyes, no, fue cafe con bolillos sin nata.

“Espero que les haya gustado sus juguetes, mijos ” dijo la tía.

“Es que no los encontramos “, dijimos dudosos con cara de tal vez no buscamos bien.

Nos percatamos que debajo del árbol de la jacaranda , donde la perra tenía su casa, había hecho de su propiedad los juguetes y zapatos. Ella nos miraba desconcertada, nosotros a mi tía, mi tía a nosotros y todos en una carcajada que no desaparecerá de mis recuerdos jamás

1 comentario:

Unknown dijo...

Quiero café y un bolillo con nata. He dicho.