Los últimos días de la escuela estaban acompañados por días calurosos y tardes lluviosas. Todos puntuales a la hora, no había clases. No había nada qué hacer, sólo calentar los lugares, jugar semana inglesa en el salón de clases, contar chistes, hacer olas, grupitos sin alzar mucho la voz ante la anuencia del maestro. Por la tarde, al caer la noche jugar basketball, juegos, hacer grupos, platicar, etc.
Dalila no participaba. Salía al balcón del salón. No decía nada. Imaginaba lo que pensaba de nosotros, lo infantil que nos veíamos y la estupidez del maestro ante no tener nada que decir, nada que enseñar, éstos la veían indiferente, resignados.
Me gustaba su carácter, nadie la cambió, defendió siempre su franqueza y su manera de pensar. Yo no decía nada, callaba, aceptaba lo que los demás decían, no expresaba mi opinión, anticipaba los hechos, las consecuencias.
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