viernes, 28 de diciembre de 2007

Julio

La mentira que un día empezó cuál madeja pronto creció y parecía no tener fin. ÉL mismo terminó por creerla. Comenzó diciendo que era colombiano y casi terminó por creerlo, en un principio pensamos que eran gajes de un borracho. Ya era habitual que los fines de semana tomara en exceso, no sé hasta que punto es normal, pero ya había pasado ese rango de bebedor social.
Tuvo la iniciativa propia, lo que nunca tuvo antes de ser “ Colombiano” de buscar la cultura propia de ese país. Leyó una y otra vez su geografía, historia, leyendas, hasta se aprendió su himno, digo, por si alguien dudara de país de origen, ¿ no?
Hablaba pausado, malhablado, con un acento sureño,- omitiré el lugar- alburero. Decía que antes de aprender a hablar, su papá le enseñó a alburear.Nunca lo vi leyendo con tanto ímpetu, ni tan entregado.
Tenía dedicación con lo que se proponía, lo que no tenía con ninguna otra cosa… respecto a ese propósito, sí. Entonces sus borracheras eran más con los colombianos que con nosotros. Nos dijo que con ellos gorreaba todo, con nosotros también. Imagino que ellos también le entrarían a las caguamas.
Su mentira parecía casi perfecta.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

¿ Quién es Julio?

La recámara la compartía con Axel y Julio.
Julio era moreno de cabello y ojos negros, pelo chino, altura media y complexión gruesa. Dentro de las conversaciones que permanecieron en el departamento, las de él fueron las más verosímiles. Era más mentiroso que yo, y vaya que yo lo soy.
Con nosotros se sinceraba y nos contaba la cantidad de mentiras que contaba a los demás. Una noche de borrachera conoció a unos colombianos diciéndoles que era de Barranquilla, un acento raro por lo menos lo tenía.
El único momento donde él se explayaba contando su vida era en la recámara, con cigarro y caguama en mano. La cerveza era su peor defecto. Así lo recuerdo. Son sus anécdotas y la manera de contarlas con un montón de improperios, su modo de fumar y exhalar el humo del cigarro, cuando en momentos de embriaguez me hace evocar su persona. Hay dos cosas que un día nos confió y no olvidaré de él.
Las dos veces que se hizo hombre. La primera: cuando lo llevó su papá con la Colocha. La segunda: cuando con machete en mano tuvo que cuidar una noche los plantíos de plátanos de su papá.

Pocas veces lo vi reír, también llorar. Recuerdo esas carcajadas.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Doña Tina

La madre de doña Angustia vivía con ella. Una señora llamada Tina, nunca la traté personalmente. Era una señora de avanzada edad. Era de cuerpo minúsculo, muy bajita y flaquita, jorobada al caminar. De siempre vestía con un suéter y mandil oscuro, llevaba el pelo cano siempre desalineado, todo mal recogido en una cola de caballo y pegado a la nuca. Usaba unos aretes muy largos ya descoloridos.
Desde la primera vez que salí a curiosear fuera del departamento ahí estaba ella. Permanecía largo rato frente a la ventana, movía un poco la cortina, a través de los cristales miraba a todo mundo.

De todos era sabido que doña Tina escuchaba con dificultad y sólo con el ojo izquierdo miraba. El derecho había sido jubilado desde hace mucho, desde que una nube gris lo invadió. Decía ella que no miraba bien con ninguno, pero pendiente estaba ante cualquier suceso en la calle; no había suceso, del cuál no se percatara. Doña Angustia comentaba con ironía que su mamá no veía lo que no lo convenía.

Yo nunca la traté, ni conversé con ella, tiempo de conocerla la saludé pero nunca recibí respuesta. Después que deje el departamento ahí quedó ella mirando a través de la ventana.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Las conversaciones de Emilio

Emilio no tenía tema de conversación, sus pláticas eran de hueva, su timbre de voz chillona, su persona me era chocante, . Traté de descifrar es adjetivo con el que Carlos lo llegó a calificar: “mañoso “. No percibí nada en él, en sus conversaciones, excepto que todas eran tan recurrentes y sexuales; mujeres, sexo, de la última vez que lo hizo, el lugar, lo que pagó y detalles, muchos detalles. Tal vez este wey no era capaz de poder llevar una conversación con tema alguno, excepto sexual. Cuando había una plática referente a la lluvia. ” ah y te decía, el hotel este queda sobre la sur. Nunca había ido, pero esta chido el lugar… “ Si el tema era el frío y sobre cualquier minucia “ah y como te decía ella gritaba, y le decía que nos iban a correr…”

¿Ya te presente a mis amigas? Puedes cojer con ellas. Aclaro no son prostis, que es lo mejor, pero eso si, tienes que darles un regalo, ellas te dirán que es lo que quieren, un pantalón, o algo así, y tu pagas hotel y llevas condones.
Ya te las presentaré, decía.

sábado, 15 de diciembre de 2007

¿Quién es Emilio?


El wey de barba cerrada y mezclilla llamado Rodrigo, era muy amigo de Emilio. Carlos nunca lo toleró, le molestaba al punto de no querer estar cerca de él. A mí me pareció agradable en todo momento aunque no me hablara del todo. Olía bien, tenía agraciada sonrisa, era el tipo que podía agradar a cualquiera, a cualquiera menos a Carlos. A Emilio lo conocí muy poco. Su personalidad y la mía eran bien diferentes. Carlos, quién me llegó a ver como hermano menor, me decía: “cuídate de ese wey, es mañoso”.
En una conversación normal, de un día cualquiera todo iba bien, hasta que Emilio tomaba. Esa magia de un viernes bohemio se esfumaba entre la mezcla del olor del humo de cigarros Marlboro, caguamas, Carolina Herrra, Hugo Boos
El alcohol lo transformaba. Dejaba de ser esa persona reservada, de aspecto tímido, de baja estatura, a una persona intolerable. Ya ebrio, sus ojos con párpados caídos hacían ver éstos más pequeños de que en realidad eran, subía su tono de voz, empezaba abrazando a los demás, luego a querer golpear. ¿Qué me vez wey? Sollozaba. Terminaba vomitando todo lo que tomó. Su estadía con nosotros terminaba cuando le reconocían todos esos síntomas “Salte al patio wey”. El salía. Vomitaba. Al otro día limpiaba lo que había ensuciado la noche anterior. Nadie decía nada de lo ocurrido.

domingo, 9 de diciembre de 2007

La azotea

Ellos pendientes de ver cualquier silueta. Sacaban sus perversiones a relucir y permanecían largo rato para ver nada, para ellos era muy satisfactorio, pues siempre estaban acostados en la azotea. El centro de reunión para ellos dos sin duda fue la azotea. De lo que platico nunca me constó nada. Todo eso es lo que me dijeron que pasó. Algunos de detalles no vale la pena mencionar.

Un wey con barba cerrada del cual no recuerdo su nombre, siempre andaba en mezclilla y zapatos industriales, con el periódico de La Jornada en mano y un morral de piel café, más de una apariencia intelectual que de estudiante de ingeniería civil se le veía seguido en el departamento.Ya en alguna plática me lo habían mencionado, había estado en el clan mucho antes que yo. No hizo falta que me lo presentaran formalmente, - a Carlos nunca le simpatizó, pero tampoco nunca me dijo el porqué-.

Era casi seguro que apareciera en viernes por la noche así como otros weyes que nunca llegué a conocer del todo. A pesar de las instrucciones de doña Angustia de no dejar pasar gente desconocida pues podrían hurtar pertenencias nuestras, siempre había varios weyes en el departamento, más por la gorra que por que quisieran llevarse algo.

Nunca se perdió nada.

lunes, 3 de diciembre de 2007

La otra recámara

El cuarto donde Carlos dormía era parecido al de nosotros en espacio. Había tres camas, un restirador de madera y un viejo closet al final de éste. No había ninguna ventana. Una puerta oxidada que cerraba a presión permanecía abierta en el día. Esa vieja puerta de lámina crujía ante cualquier movimiento o intento de manipularla, de ahí que sólo se abría por las mañanas y se cerraba hasta al anochecer.

Los que llegamos a vivir en ese departamento éramos tan diferentes. Por las pláticas nos conocimos. Algunos se habían marchado antes que yo llegara, sus razones tuvieron. En algunas conversaciones salieron a relucir.
Uno de ellos muy grillero, seguido le rompían la madre. A ese sí lo conocí. No era muy alto, tenía el cabello tipo afro y le faltaba un diente de arriba. Cuando yo me instalaba el se marchaba.
A dos ellos les gustaba subirse a la azotea para ver por entre las hojas de la Jacaranda a la vecina que vivía atrás del departamento de nosotros. Esperaban hasta muy tarde cuando ella llegaba de la universidad, cenaba, subía a su recamara, se cambiaba y enseguida apagaba la luz de su recámara.