El cuarto donde Carlos dormía era parecido al de nosotros en espacio. Había tres camas, un restirador de madera y un viejo closet al final de éste. No había ninguna ventana. Una puerta oxidada que cerraba a presión permanecía abierta en el día. Esa vieja puerta de lámina crujía ante cualquier movimiento o intento de manipularla, de ahí que sólo se abría por las mañanas y se cerraba hasta al anochecer.
Los que llegamos a vivir en ese departamento éramos tan diferentes. Por las pláticas nos conocimos. Algunos se habían marchado antes que yo llegara, sus razones tuvieron. En algunas conversaciones salieron a relucir.
Uno de ellos muy grillero, seguido le rompían la madre. A ese sí lo conocí. No era muy alto, tenía el cabello tipo afro y le faltaba un diente de arriba. Cuando yo me instalaba el se marchaba.
A dos ellos les gustaba subirse a la azotea para ver por entre las hojas de la Jacaranda a la vecina que vivía atrás del departamento de nosotros. Esperaban hasta muy tarde cuando ella llegaba de la universidad, cenaba, subía a su recamara, se cambiaba y enseguida apagaba la luz de su recámara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario