La madre de doña Angustia vivía con ella. Una señora llamada Tina, nunca la traté personalmente. Era una señora de avanzada edad. Era de cuerpo minúsculo, muy bajita y flaquita, jorobada al caminar. De siempre vestía con un suéter y mandil oscuro, llevaba el pelo cano siempre desalineado, todo mal recogido en una cola de caballo y pegado a la nuca. Usaba unos aretes muy largos ya descoloridos.
Desde la primera vez que salí a curiosear fuera del departamento ahí estaba ella. Permanecía largo rato frente a la ventana, movía un poco la cortina, a través de los cristales miraba a todo mundo.
De todos era sabido que doña Tina escuchaba con dificultad y sólo con el ojo izquierdo miraba. El derecho había sido jubilado desde hace mucho, desde que una nube gris lo invadió. Decía ella que no miraba bien con ninguno, pero pendiente estaba ante cualquier suceso en la calle; no había suceso, del cuál no se percatara. Doña Angustia comentaba con ironía que su mamá no veía lo que no lo convenía.
Desde la primera vez que salí a curiosear fuera del departamento ahí estaba ella. Permanecía largo rato frente a la ventana, movía un poco la cortina, a través de los cristales miraba a todo mundo.
De todos era sabido que doña Tina escuchaba con dificultad y sólo con el ojo izquierdo miraba. El derecho había sido jubilado desde hace mucho, desde que una nube gris lo invadió. Decía ella que no miraba bien con ninguno, pero pendiente estaba ante cualquier suceso en la calle; no había suceso, del cuál no se percatara. Doña Angustia comentaba con ironía que su mamá no veía lo que no lo convenía.
Yo nunca la traté, ni conversé con ella, tiempo de conocerla la saludé pero nunca recibí respuesta. Después que deje el departamento ahí quedó ella mirando a través de la ventana.
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