En mis vacaciones no hacía nada extraordinario. Mi vida no es extraordinaria. De las vacaciones de mi niñez y adolescencia, son las idas al cine y las matines de los domingos las que más recuerdo. No tengo tantas idas al cine en mi etapa adulta, como en mi niñez y adolescencia.
Cuando pasaba por los cines los miraba tan imponentes, enrejados por las mañanas, con un fétido olor a humedad y a humo de cigarro tan característico de los cines, por la noche, espectaculares con su programación.
Cuando pasaba por uno me quedaba viendolo, subía las escalinatas que tenían, veía la cartelera, sus instalaciones, todo, olía el cine. Los domingos me formaba en una larga cola para ver las películas del Santo, las de Capulina y muchas más. Así me fusilé Santo contra las lobas, Capulina contra las momias…
Al entrar lo primero que hacíamos era comprar en la dulcería. Después de comprar el boleto, para lo único que alcanzaba era para una mitad de sándwich y un vaso de refresco. Antes, mucho antes de empezar la película ya no tenía ni la mitad del sándwich ni el minivaso de refresco en envase de cartón.
Por más que hacía que me durara, se terminaba en un santiamén.
Tenía que subir mis pies a las butacas por el miedo a las vampiras, momias y demás monstruos – aún hoy, en las películas de terror no me controlo, salto de imprevisto, me paro a cada rato de mi butaca, agarro al de al lado… doy gritos ahogados, me entusiasmo al grado de aplaudir como aplaudía en las matines cuando ganaban los buenos - pensaba que podían estar cerca de mí, tan cerca como debajo de las butacas, jalarme, comerme sin que nadie se diera cuenta. Mi miedo llegaba al extremo de pensar que podían estar debajo de mi cama, en el baño, llegaba a tener pesadillas, aún así las matines las disfrutaba.
Cuando pasaba por los cines los miraba tan imponentes, enrejados por las mañanas, con un fétido olor a humedad y a humo de cigarro tan característico de los cines, por la noche, espectaculares con su programación.
Cuando pasaba por uno me quedaba viendolo, subía las escalinatas que tenían, veía la cartelera, sus instalaciones, todo, olía el cine. Los domingos me formaba en una larga cola para ver las películas del Santo, las de Capulina y muchas más. Así me fusilé Santo contra las lobas, Capulina contra las momias…
Al entrar lo primero que hacíamos era comprar en la dulcería. Después de comprar el boleto, para lo único que alcanzaba era para una mitad de sándwich y un vaso de refresco. Antes, mucho antes de empezar la película ya no tenía ni la mitad del sándwich ni el minivaso de refresco en envase de cartón.
Por más que hacía que me durara, se terminaba en un santiamén.
Tenía que subir mis pies a las butacas por el miedo a las vampiras, momias y demás monstruos – aún hoy, en las películas de terror no me controlo, salto de imprevisto, me paro a cada rato de mi butaca, agarro al de al lado… doy gritos ahogados, me entusiasmo al grado de aplaudir como aplaudía en las matines cuando ganaban los buenos - pensaba que podían estar cerca de mí, tan cerca como debajo de las butacas, jalarme, comerme sin que nadie se diera cuenta. Mi miedo llegaba al extremo de pensar que podían estar debajo de mi cama, en el baño, llegaba a tener pesadillas, aún así las matines las disfrutaba.
1 comentario:
Jajaja. Antes de que empiece la película ya está todo comido y bebido, a mí también me pasa. Jaja. Qué bonito que disfrutes las películas a tal grado de agarrar al de al lado... jejeje.. qué chido. :D
Santo contra las lobas y Capulina contra las momias?? Pues cuántos años tiene usted?? Bueno, los que sean, me gustan mucho tus historias. Saludos. :)
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