La primera vez que lo vi, me vio indiferente, se me hizo pedante. No era muy tarde, pero ya había oscurecido hacía un buen rato. Había dejado de llover. No hacía frío. No había nadie en el departamento excepto él.
Estaba sentado en su cama fumando, absorto en su mundo, en sus aros de humo del cigarro, éste llamó mi atención y me dirigí hacia la otra recámara, donde él estaba. Vestía unos pantalones de mezclilla ajustados y unas botas vaqueras. Una sudadera con gorro. ES lo único que recuerdo.
Me miró como si fuese una especie rara a la que hay que mirar con curiosidad. Di la media vuelta y escuche: soy Carlos. De espaldas mencioné mi nombre, Itzhak. No me quedé a conversar, no me interesó lo que él pudiera decirme. Salí del cuarto y lo dejé sentado sobre su cama. Ahí fumaba, cuando estaba solo, o cuando no tenía nada que hacer, o por simple gusto igual.
Rehuí a las primeras conversaciones, ya me había dado su carta de presentación desde el primer momento en que lo vi. Después me buscó y para ser franco nuestras primeras conversaciones se me hicieron sosas. No me interesaba en lo más mínimo si tenía un auto blanco o azul. Aún así lo escuchaba con detalle.
En los días subsecuentes las conversaciones parecían no tener fin. Más por parte suya que mía.