Doña angustia era la dueña del departamento; vivía ella en una casa junto a la nuestra. Siempre tenía un ojo para ver quién entraba o salía. Casi todos los que entraban, ella los conocía. Sabía quienes eran, y todos sin excepción habían contestado el interrogatorio a los que sometía cuando los conocía por primera vez.
Pendiente estaba ante cualquier desmán. Era ella la que hacía la comida en el departamento, ella y la hija mayor.
Su nombre era una deformación de Augusta. Doña Angustia era de complexión bajita, su cabeza casi asomaba de vez en vez pareciera que no tenía cuello, como una tortuguita. De voz suave y plagosa. Cualquiera que la oyera pensaría que era de carácter débil, por su estatura, por su cara de facciones dulces, pero era recio, irónico. Era la que mandaba en su casa, su esposo jubilado no opinaba, no decía nada, es más diré que nunca lo escuche decir palabra alguna delante de ella, parecía mudo. No opinaba.
Tenían ellos cinco hijas y un hijo. Ellas, sus hijas tenían el carácter de su madre, y él, el hijo tenía el carácter de su padre. Su carácter de ellas no me consta del todo, pero el de él, sí. Algunas tardes o tardes noches iba al departamento y era el que armaba los desmanes, el que platicaba y quería que la fiesta no acabara. Parecía bullanguero, alegre, extrovertido, mujeriego, aventurero, pero al día siguiente de casado se transformó por completo, era todo lo opuesto al que yo un día conocí. Lo dejamos de ver. No volvió a convivir con nosotros. Sólo saludaba como diciendo: hola y adiós.
Pendiente estaba ante cualquier desmán. Era ella la que hacía la comida en el departamento, ella y la hija mayor.
Su nombre era una deformación de Augusta. Doña Angustia era de complexión bajita, su cabeza casi asomaba de vez en vez pareciera que no tenía cuello, como una tortuguita. De voz suave y plagosa. Cualquiera que la oyera pensaría que era de carácter débil, por su estatura, por su cara de facciones dulces, pero era recio, irónico. Era la que mandaba en su casa, su esposo jubilado no opinaba, no decía nada, es más diré que nunca lo escuche decir palabra alguna delante de ella, parecía mudo. No opinaba.
Tenían ellos cinco hijas y un hijo. Ellas, sus hijas tenían el carácter de su madre, y él, el hijo tenía el carácter de su padre. Su carácter de ellas no me consta del todo, pero el de él, sí. Algunas tardes o tardes noches iba al departamento y era el que armaba los desmanes, el que platicaba y quería que la fiesta no acabara. Parecía bullanguero, alegre, extrovertido, mujeriego, aventurero, pero al día siguiente de casado se transformó por completo, era todo lo opuesto al que yo un día conocí. Lo dejamos de ver. No volvió a convivir con nosotros. Sólo saludaba como diciendo: hola y adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario