lunes, 25 de agosto de 2008

Viernes por la noche

La invitación para la fiesta del viernes por la noche me hizo pensar.Sabía de antemano que no me dejarían ir, ¿para que preguntar? Yo sabía la respuesta. Esa semana estuve nervioso, pensaba en el mejor momento para pedir permiso para el viernes por la noche. Ese día, el viernes no me dio hambre.

Agonizó la tarde, no dije nada. Tuve un fuerte dolor abdominal, como un cólico, parte por la emoción de irme sin decir nada, parte por miedo. No me molestaba, pero me incomodaba, ¿ a qué hora me iría? Esa noche pasaría por mi amigo, El perico.

En la prepa lo conocí. Nada tenía que ver su aspecto físico con su mote. Era alto y delgado, nariz recta, ojos oscuros, cejas tupidas, no usaba lentes. Era blanco, como si nunca tomara el sol, sin llegar a ser blanco percutido. Su pelo era de un negro intenso, se peinaba con ralla en medio, con bucles que se formaban al peinarse, no creo que se peinara, sus bucles se acomodaban solos.

Tenía unas manos torpes, con dedos flacos y grandes. No usaba reloj, cadenas, esclava o anillos.

Ninguna característica física que resaltar o cicatriz visible , como un wey normal que te puedes encontrar en la calle, difícil de describir. Torpe al caminar, de paso lento. Deduje que le decían El Perico porque ese wey casi no hablaba. Se le podía confiar cualquier comentari0 indiscreto, cualquier secreto insano, él no diría nada. No había problema, el sabía escuchar, cualquiera diría que era mudo. Yo, que era un hombre de escasas palabras.

Ese día me la pase tomando sólo agua, mucha agua. Alguien dijo que iba a haber mucho alcohol, y también mencionó que la mejor manera de no embriagarse era tomando agua y alcohol. Yo deduje que la mejor manera era estar lleno de agua, así no podría soportar tanto alcohol.

Esa noche tomé sólo un vaso de leche para no dar sospechas y subí a mi recámara, me la pase orinando toda la tarde. Espere sigiloso la hora marcada. Al final del pasillo, a mano derecha había una escalera que comunicaba con el patio, se bajaba por esa escalera y salir sin ser visto.
Esa noche se acabó el ruido temprano en mi casa, me cambié, tomé las llaves y cerré. Fue una nueva aventura. A pesar que era en la misma colonia tomé todas las precauciones.

No me divertí. Mi otro yo me traicionó ¿… y si algo malo me pasaba? , ¿de regreso chocaba el taxi?, ¿ extraviaba la llave?, ¿ cómo entraría a mi casa? ¿ Si mi padre me buscaba y no me encontraba?
Me sentía mal, tenía la sensación orinar una y otra vez, aunque sólo hiciera un chisguete. Sudaba.

Al final de la noche vomité toda el agua que ese día tomé, mi vaso de leche y el vaso de alcohol con refresco de cola .

domingo, 17 de agosto de 2008

Mi tatuaje

¿Ya conté sobre mi tatuaje en la espalda? No es un tatuaje en sí. A un compañero le gustaba dibujar, según el quería ser tatuador. Nunca lo fue, pero en ese entonces él quería serlo y tatuaba a su manera.
Es en ese tiempo que uno quiere hacer muchas cosas y no llega a terminarlas.

Le comenté que me gustaría tatuarme algún día, pero que sería mucho después... cuando fuera más grande.
Me dijo : “ para luego es tarde, no le saques”. Entonces no se sabía mucho de tatuajes, sólo que los ex presidiarios los portaban. Él no había hecho muchos, algunos corazones con flechas, letras, y cosas sencillas.
El mío sería sencillo, unas alas de ángel en la espalda. Nada elaborado. Sólo que parecieran unas alas de ángel. Nada más compraría la tinta. Una tinta mala.

La única condición: tener que hacer entregar sus resúmenes de libros en la clase de literatura. Tal vez pensó que era pendejo, primero por ser su conejillo de indias, después por la tarea que iba a emprender. Yo pensé también que era un pendejo por que no me iba a cobrar y a los demás les cobraba, la tarea era pan comido, también pensé que yo ps era su cuate por eso no me cobraría. No estoy seguro de lo que pensé, pero más o menos eso pensé, y no se lo dije. Él también ha de ver pensado algo parecido y no me dijo.

El proceso de tatuaje era rudimentario, una máquina hechiz, la tinta se vertía en una corcholata de refresco. No se pensaba en tantas cosas, asepsia, enfermedades y eso, mi preocupación, que mi jefa lo llegara a ver, eso si daba miedo. Lo demás no.

Dibujaba muy bien. Cuando a alguien lo enyesaban, él les hacía trabajos chingones. Entonces quedé un día de ir a su casa; hizo varios bosquejos sobre mi espalda, me tomó fotos con su cámara polaroid y acepté el que más me gustó. Acordada la fecha fui y empezó a hacer un bosquejo con la tinta.

Punteó sólo la orilla superior izquierda. Una semana después sombreó la parte superior izquierda del ala. Después se quebró su mano.
Entonces quedé tatuado con una pedazo de ala nada más.

lunes, 11 de agosto de 2008

Ladridos

Mientras todos parecían crecer y madurar yo todavía tenía mis luchadores con capa, todos plastificados.
No me avergonzaba tenerlos. Ya mi padre había dicho infinidad de veces: “no brinquen en las camas, pues se dormirán en el piso”.

Sobre las camas jugábamos luchas, guerra de almohadazos, ahí brincábamos mis dos hermanos, mi perra y yo. Pocas veces o para ser francos nunca pensamos en que la cama se iba a quebrar o le iba a pasar algo, menos en las consecuencias. Lo mismo pasaba con el televisor. Hasta que un día voló por los aires. Nunca lo habíamos extrañado hasta que no lo tuvimos. Así duramos como tres meses sin el televisor. Hasta que un día mi padre se apiadó, era uno más pequeño, pero televisor al fin.

Mi perra no tenía pedigrí. Era un perro de raza pequeña, de pelaje negro y manchas blancas, onduladito. Tenía unos colmillos que delataban babreza.

Era de esa clase de perros que ladran por todo, cuando sonaba el teléfono, tocaban la puerta, tronaba, llovía o escuchaba borulla .

También mordía, nos gustaba estar descalzos, mordía muy suave, abajo del tobillo, casi en la planta de los pies. También mordía todo lo que estuviera en su paso, acababa con zapatos, calcetines. Acabó con el faldón de la sala, las toallas. Era una perra con gusto por morder y ladrar.

Al principio sus ladridos eran novedad, después nos fuimos acostumbrando, todos se acostumbraron, menos mi madre. Decía que los ladridos le ponían los pelos de punta.

viernes, 8 de agosto de 2008

El gusto por las luchas

El gusto por las luchas ya lo traíamos en la sangre. Mi tío, de joven, siempre quiso ser luchador, ¿ya lo conté?

Era muy aficionado a las luchas. Le gustaba ir los fines de semana a verlas. Un día se despertó diciendo que quería ser luchador, no bastó con ir a verlas los fines de semana.

Salía muy temprano a correr por las mañanas. Tenía un reto difícil, pues era muy alto y delgado. Después de tanto correr, siguió estando alto y delgado. El seguía insistiendo en querer ser luchador. Entonces empezó a practicar el box y también seguía corriendo. Seguía estando alto, delgado y macizo.
Se metió al gimnasio. Entonces con el tiempo empezó a robustecer, estaba feliz, mi abuelo le decía que estaba robusteciendo por la edad. Cuando se sintió preparado empezó a practicar lucha grecorromana, su sueño, ser luchador profesional.

Llegó a un cuadrilátero muy rudimentario, con piso de madera, cuando los golpes y las caídas fueron reales ya no le gustó.Hasta ahí le duró el gusto. Dejó de hacer ejercicio, le siguieron gustando las luchas y ganó como cien kilos.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Los peces

Después del gato siguió una pecera con dos peces. No sabíamos nada sobre peceras, menos de peces. Rápido entendimos que se debe de cambiar su agua de vez en vez o los peces flotarán sin rumbo fijo. Todos los días les dábamos su alimento, tres dedos nada más. Pero eso no era suficiente. Cuando ya no se movieron supimos que algo andaba mal.

Después compramos más. Igual se morían o desaparecían. Era el agua, o era el alimento o se nos olvidaba la pecera sobre la pileta.

Así supimos que los gatos comen peces.
P.D.
Sldos Garambulla

lunes, 4 de agosto de 2008

El gatito negro

Un desfile de mascotas había pasado por mi casa.
No recuerdo como llegó nuestro primer perro. Era un perro negrito. No estuvo mucho tiempo con nosotros, se murió de parvovirus.
No lloré ni lo extrañé.


Un día llegó temprano en una mañana de invierno un gatito negro. Fue el primero de una serie de gatos que tuvimos. No se quiso ir. Ni tampoco lo echamos. Una de esas mañanas de invierno lo sacamos al patio, jugamos con él, no lo resguardamos del frío. Cuando mi padre preguntó qué quién había metido al gato, no contesté ni ninguno de mis hermanos.

Se había quedado afuera y quedó escarchado. Pensamos que el gatito tenía que haberse metido, seguirnos como lo hacía, qué tendría que haber arañado las ventanas para decir “aquí estoy”… maullado. Igual nos siguió y no lo vimos y le cerramos la puerta, arañó, maulló toda la noche, pero nadie escuchó. Mi padre lo colocó sobre la estufa, después estuvo dos días con un foco, envuelto en una toalla. Se recuperó.

Sabíamos que teníamos que buscarlo para resguardarlo del frío. Eso hacíamos los días subsecuentes, a los pocos días cayó del techo y azotó sobre las plantas, siguió caminando. Entonces cuidamos de resguardarlo por las noches y cuidar que no anduviera en las alturas.

Cayó a la pileta con agua, lo rescatamos con una cubeta para que no nos rasguñara. Cayó en ella una y otra vez. Ahí estaba la cubeta lista para sacarlo. Allí dormía las tardes soleadas, sobre la pileta, junto a las macetas de barro con geranios rojos. No tuvo nombre para ser honestos. Era un gatito negro, todo, flaco el pobre, sin chiste, con los pelos erizados.

Otro día mordió unos cables de luz y quedó más erizado de lo que estaba. Poco a poco iba curioseando por la casa, cayendo al agua, una y otra vez, no decíamos nada, sólo agarrábamos la cubeta y ya.

No conocía la calle, la primera vez que salió, venció su miedo y traspasó el zaguán , un coche lo atropelló. Nadie lo quiso ver. Yo sí.
Estaba como dormidito con un ojo abierto todo desorbitado.

viernes, 1 de agosto de 2008

Criador de conejas

Me regalaron un conejo, chiquito, gris. Creció y creció. Supe que no era conejo, sino coneja. Tuve una visión, ¡ tendría una granja de ellos¡ . Así un día sentados a la mesa dije : “ voy a dedicarme a criar conejos” .

Por que se reproducen fácilmente, y a muchos les gusta, pensé. Entonces mi madre me dijo: “¿dónde vas a poner tu granja? Sólo que en tu cabeza, dijo sarcásticamente”

Al otro día en la mesa mi madre sirvió coneja en chile huajillo, o en pipían, no recuerdo bien ...pero quedó muy sabrosa. Adiós a la granja y a mi coneja.
Habían matado mi visión de ser empresario y tal vez ser un exitoso criador de conejas