lunes, 11 de agosto de 2008

Ladridos

Mientras todos parecían crecer y madurar yo todavía tenía mis luchadores con capa, todos plastificados.
No me avergonzaba tenerlos. Ya mi padre había dicho infinidad de veces: “no brinquen en las camas, pues se dormirán en el piso”.

Sobre las camas jugábamos luchas, guerra de almohadazos, ahí brincábamos mis dos hermanos, mi perra y yo. Pocas veces o para ser francos nunca pensamos en que la cama se iba a quebrar o le iba a pasar algo, menos en las consecuencias. Lo mismo pasaba con el televisor. Hasta que un día voló por los aires. Nunca lo habíamos extrañado hasta que no lo tuvimos. Así duramos como tres meses sin el televisor. Hasta que un día mi padre se apiadó, era uno más pequeño, pero televisor al fin.

Mi perra no tenía pedigrí. Era un perro de raza pequeña, de pelaje negro y manchas blancas, onduladito. Tenía unos colmillos que delataban babreza.

Era de esa clase de perros que ladran por todo, cuando sonaba el teléfono, tocaban la puerta, tronaba, llovía o escuchaba borulla .

También mordía, nos gustaba estar descalzos, mordía muy suave, abajo del tobillo, casi en la planta de los pies. También mordía todo lo que estuviera en su paso, acababa con zapatos, calcetines. Acabó con el faldón de la sala, las toallas. Era una perra con gusto por morder y ladrar.

Al principio sus ladridos eran novedad, después nos fuimos acostumbrando, todos se acostumbraron, menos mi madre. Decía que los ladridos le ponían los pelos de punta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un post muy variado. Interesante. :)