Un desfile de mascotas había pasado por mi casa.
No recuerdo como llegó nuestro primer perro. Era un perro negrito. No estuvo mucho tiempo con nosotros, se murió de parvovirus.
No lloré ni lo extrañé.
No recuerdo como llegó nuestro primer perro. Era un perro negrito. No estuvo mucho tiempo con nosotros, se murió de parvovirus.
No lloré ni lo extrañé.
Un día llegó temprano en una mañana de invierno un gatito negro. Fue el primero de una serie de gatos que tuvimos. No se quiso ir. Ni tampoco lo echamos. Una de esas mañanas de invierno lo sacamos al patio, jugamos con él, no lo resguardamos del frío. Cuando mi padre preguntó qué quién había metido al gato, no contesté ni ninguno de mis hermanos.
Se había quedado afuera y quedó escarchado. Pensamos que el gatito tenía que haberse metido, seguirnos como lo hacía, qué tendría que haber arañado las ventanas para decir “aquí estoy”… maullado. Igual nos siguió y no lo vimos y le cerramos la puerta, arañó, maulló toda la noche, pero nadie escuchó. Mi padre lo colocó sobre la estufa, después estuvo dos días con un foco, envuelto en una toalla. Se recuperó.
Sabíamos que teníamos que buscarlo para resguardarlo del frío. Eso hacíamos los días subsecuentes, a los pocos días cayó del techo y azotó sobre las plantas, siguió caminando. Entonces cuidamos de resguardarlo por las noches y cuidar que no anduviera en las alturas.
Cayó a la pileta con agua, lo rescatamos con una cubeta para que no nos rasguñara. Cayó en ella una y otra vez. Ahí estaba la cubeta lista para sacarlo. Allí dormía las tardes soleadas, sobre la pileta, junto a las macetas de barro con geranios rojos. No tuvo nombre para ser honestos. Era un gatito negro, todo, flaco el pobre, sin chiste, con los pelos erizados.
Otro día mordió unos cables de luz y quedó más erizado de lo que estaba. Poco a poco iba curioseando por la casa, cayendo al agua, una y otra vez, no decíamos nada, sólo agarrábamos la cubeta y ya.
No conocía la calle, la primera vez que salió, venció su miedo y traspasó el zaguán , un coche lo atropelló. Nadie lo quiso ver. Yo sí.
Estaba como dormidito con un ojo abierto todo desorbitado.
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