viernes, 25 de enero de 2008

El Nigth Club

El Nigth club estaba al final de la calle X. Era conocido por el “Bar”, aunque su verdadero nombre o razón social estaba prácticamente estampado sobre las colchas que cubrían las camas. El Bar como le denominaban todos era un tugurio de mala muerte, nada relevante, ni llamativo, ni sus luces color rojo lóbrego que disentía con la sombras escurridizas que se veían pasar por esa calle, con lámparas siempre fundidas, ni su música desafinada con desamañados músicos casi pubertos , ni sus mujeres, muchas de ellas arriba de sus treinta años; pocas eran las que andaban en sus veinte.
Era la clandestinidad, la que incitaba a muchos a pasar desapercibidos al calor de la noche.
Cuando una nueva llegaba, - como se le dominaba a una chica que no había sido visto allí con anterioridad- la noticia pasaba de voz en voz, habría que conocerla. Después de la novedad, pasado ese entusiasmo que sólo un ansioso solitario o necesitado de compañía puede pasar, las olvidaban con facilidad. Algunos eran... digamos ya clientes frecuentes de algunas de ellas.
Muchas permanecían un tiempo allí, luego se marchaban; algunas regresaban y volvían a partir.


Después de tantas excusas ineficaces para no ir al laborar al campo, donde ayudaba a su padre, Octavio buscó un trabajo en ese lugar. Algunos de sus primos o tocaban en la banda del lugar, atendían la cantina, o cuidaban los coches. Él era digamos aprendiz de todo y oficial de nada. No sabía cantar, ni tocar instrumento alguno, era torpe sirviendo mesas; lo colocaron en la banda para ayudar a éstos a bajar, o subir o cuidar el equipo, o lo que éstos necesitaran.
A pesar de algunas clases de música y canto nunca aprendió nada, y nada es un decir.

Ella pasaba un tiempo en el bar y luego se desaparecía, cuál gato de buena familia. Así trabajaba un rato, se perdía, llegaba, se ausentaba. Por eso fue hasta después de seis meses de haber ingresado él cuando se conocieron.
Antes de ella, él recibió muchas propuestas indecorosas por parte de todo mundo. Desde uno de los weyes que atendía el bar, otra fue por parte de uno de los músicos, en alguna ocasión de un cliente del lugar; muchas veces por parte de una prostituta , bajita ella, le entraba con ganas al alcohol, tenía las carnes desproporcionadas, con exceso de ésta en busto y caderas.
Cada vez que lo tenía cerca le susurraba, le cerraba los ojos y movía la boca juntado y levantado sus labios color rojo fuego pasión. Ella tenía un gusto y fascinación desmedida por las gomas de mascar. Parecía no cansarse del mismo chicle, lo mascaba hasta el cansancio, lo sacaba y lo volvía a introducir con su dedo.
De lejos lo miraba, le hacía ojitos. Hacía malabares con la goma. Estiraba ésta, la retorcía, la introducía una vez más , después le daba vueltas con su lengua.

domingo, 20 de enero de 2008

¿ es aquí la fila?

Bien que recuerdo cuando conocí a Octavio. Nunca lo mencionamos en nuestras pláticas posteriores, a lo mejor él no se acordó. Ese día que lo conocí se me acercó. Yo delante de toda la fila, el primero, me había formado ahí horas, muchas horas antes, gracias a la exagerada puntualidad de mi padre. Con voz tímida me dijo: ¿Es aquí la fila…? Sí, le dije. Entonces él no sabía de que platicar, se quedó ahí parado, mudo, viéndome. Mi sarcasmo pudo más. Pues la cola está hasta allá, mira, y están llegando un buen, ah. Entonces no se atrevió a decirme qué sí se podía quedar ahí y tampoco le dije , quédate. Aparte muchos ya me habían preguntado si era ahí la puerta indicada y había dicho “ Sí “ reiteradas veces, y que buscaran la cola que se miraba a lo lejos. El nomás miraba al grupo con los que platicaba. Tal vez pensó que éramos grandes amigos, pero no, sólo la familiaridad que da una larga espera en una misma fila. No platicó, se cohibió, pero nadie ahí nos conocíamos hasta horas antes. Vi como poco a poco se alejó hasta que lo perdí de vista. Yo seguí platicando, en espera de la hora marcada. Poco después me lo encontré como compañero. Recordé que era el mismo que me preguntó: ¿Es aquí la fila…?

Nos hicimos confidentes al momento. Teníamos la misma personalidad, reservados, un carácter muy similar. Era igual de delgado que yo, él un poco más alto, se peinaba con raya en medio, sonrisa tímida, nunca soltó una carcajada, de eso estoy seguro, era demasiado extrovertido, hasta que conoció a Ella.
Siempre se dirigió a los demás con propiedad. Por las tardes noches salíamos por ahí en el auto de su tío, nos metíamos a las librerías, bibliotecas, hemerotecas… nos gustaba ver libros, aunque no compráramos nada, restaurantes, cafés, vaya negocios de cualquier tipo, desde Paseo Bravo hasta la Catedral, una de nuestras preferidas avenidas sin duda, Reforma. Siempre había mucho que ver, ya que el centro y sobre todo esa calle es una de las más transitadas.
El trabajaba los fines de semana en un Nigth club, llamado “ x “ , allí conoció a Ella. En ese lugar ayudaba con el equipo de la música. Ella era prostituta.
Desde que la conoció me habló de ella. Un día caminando sobre Reforma la vimos pasar. Pasamos inadvertidos, casi rozándonos los cuatro transeúntes, percibí un suave olor a perfume. Iba vestida con jeans azules ajustados, botas negras altas discretas y una blusa bien fajada. Era morena de mediana estatura, llevaba en ese momento el cabello negro ondulado bien recogido en una cola de caballo.Unos lentes negros cubrían sus ojos. No era una mujer desapercibida. Platicaba ella con otra chica nada discreta, llevaba una blusa escotada, las piernas gruesas la cubría una minifalda de mezclilla llamativa, traía unas sandalias color oro.




En ese tiempo parecía que ya había pasado el interés hacia él, pues me dijo que así como un día lo acosó después pareció no buscarlo más, no hubo explicación, sólo indiferencia. De siempre cuando ella estaba con otro hombre en el nigth club él no existía. Fuera era otra, tenía varias caras, me dijo.

Nunca se interesaron el uno al otro, fue un capricho más de ella por él. Pues desde que lo vio lo acosó noche tras noche, bueno digamos que pocas noches. La primera vez que llegaron al cuarto me dijo que él se quedó quietecito nomás, ella hizo todo lo demás.

jueves, 17 de enero de 2008

No sé nadar

Cuando mis amigos me invitaron a nadar a C.U les dije que sí, nunca los acompañé, sabía que no era bueno para ningún deporte, así siempre me lo hicieron creer, y menos sabía nadar. No les dije nada, me daba vergüenza, y de que me enseñaran aún más. Así les di largas y largas al asunto hasta que lo olvidaron casi por completo.

Aún ahora me da una fascinación y miedo de ver mucha agua.
Cada que había una oportunidad se iban a la alberca. Quién los incitaba era Emilio, dejó de insistir cuando en una ocasión casi se ahoga. Cuando nos platicó ese suceso no dejamos de reír.

Me deleitaba ver la alberca de C.U. A la hora que uno fuera siempre se antojaba meterse, chapucear. Una vez cuando el calor del medio día estaba en su apogeo, al ver esa agua azul intenso me dieron ganas de echarme un clavado de película, alguien me rescataría tarde o temprano. La vergüenza pudo más.
Me informé de las actividades, y de las clases de natación para principiantes. Eran por la tarde noche, justo cuando tenía mis clases, no había otro horario. Algunas noches iba con Octavio a la alberca, veíamos, charlábamos, uno de nuestros amigos que estudiaba ingeniería tomaba esas clases.

En algún momento mi padre quiso enseñarme a nadar. Creo que las clases fueron inútiles porque no aprendí. Él cómo que no se esforzaba en enseñarme y ni yo en aprender. Entonces algunos fines de semana los destinó para enseñarnos bicicleta, que al final después de tanto fracaso yo solo tomé la bicicleta, me conduje por toda la banqueta y pedalee sin rumbo fijo. Después de tantas vueltas a la manzana mi entusiasmo se desvaneció y perdí el interés.

Las clases de natación también no prosperaron. Poco a poco caminábamos dentro de la alberca, sentía el agua en las plantas de los pies, tobillos, piernas, brazos, abdomen, pecho, luego mi padre me recostaba sobre ella. Largo rato hacía movimientos con manos, pies, entonces me soltaba, yo pataleaba y tragaba el agua donde había orinado, y tragaba el agua de ese día y la de otros días acumulados en esa alberca.
Ese placer de estar acostado sobre el agua se desvaneció. Después rehuí en meterme a cualquier alberca. Él insistía. No tengo mayores recuerdos, ni de la gente, ni si llevaban puesto algo o nada, tan solo los tragos de la alberca. Un recuerdo vago acaso, de sacar mi cara por arriba del agua, de manotear, del sol sobre mi rostro y mi madre observándome.

lunes, 14 de enero de 2008

" wey, ¿ me prestas tu rastrillo?"

Cuando Carlos una vez me dijo: “ wey, ¿ me prestas tu rastrillo ? “ -él tenía que rasurarse a diario-, no supe que contestarle.
Yo no usaba el rastrillo, más que para quitarme la pelusa escasa de mi mentón muy de vez en cuando y accidentalmente cortándome, pues era frecuente que pasara.

Me había resignado tiempo atrás a permanecer lampiño por el resto de mis días. Era frecuente entre amigos preguntarnos intimidades con respecto a eso. Si ya pintaba el lápiz. Años más tarde que qué hacían para tener ese abundante vello en la cara o en el pecho. Algún tonto una vez siguió el consejo de uno de ellos cuando le dijo: “úntate excremento de pollo y verás como te crece el vello”.

Mis amigos me imaginaron con pelos por todos lados cuando una pelusa gris invadió mis piernas, cómo un enredadera que va cubriendo todo a su paso. Pensé que los vellos crecerían y crecerían como lo hace el cabello. Llegué a pensar que algún día llegaría a la secundaria con las mejillas todas invadidas de vello, como un señor, y que todos me mirarían como hombre lobo. Todos ellos aún tenían cara de niños, yo mismo, sólo que sería un niño con vellos. Pero fue de repente, como un chubasco en un desierto y después de la tempestad llegó una calma y después nada. Debo confesar que al principio esa idea me gustó. De pronto quería dejar de ser niño, aunque tiempo después quise lo contrario.

Carlos era el único que a sus veintidós años se rasuraba a diario, tenía la barba cerrada, a los demás los imaginaba lampiños, pues nunca veía cuando se rasuraban.

De niño pensaba como era que los papás eran barbones. No concebía como habían llegado a ser así, nunca creí que así habían nacido, pero cómo habían quedado así era algo tortuoso, ese tema lo había olvidado, ya era tema muerto, hasta que hoy lo desenterré.

Un amigo me confesó que cuando él se preparaba para hacer su Primera comunión, al tiempo que estudiaba le pedía a Dios que lo más pronto posible lo hiciera hombre. A sus más de catorce años, aún tenía cuerpo de niño. Pensaba que siempre iba a quedar así, todo lampiño como pollo sin plumas. Entonces ante el altar, cuando todos imploraban pidiendo por salud, bienestar, y buenaventuras para sus seres queridos, él lo único que pedía, que su cuerpo creciera y creciera y se tupiera de vellos por todos lados. Años más tarde dijo que se le pasó la mano de tanto rezar, pues llegó a medir más de un metro noventa centímetros y sí, su cuerpo se tupió de vellos, cuál mono andante.

Carlos primero se bañaba, y permanecía un momento con la cara bajo el chorro de agua caliente. Después se envolvía una toalla que parecía una sábana y luego se enjabonaba las manos, cuando el jabón estaba espeso lo untaba en su mentón y mejillas. Con cuidado agarraba el rastrillo, levantaba el dedo meñique y empezaba a cortar primero el vello de las patillas, luego las mejillas y la final el mentón. De vez en cuando retocaba el negro bigote, bien marcado. AL final, cerrando su puño, se daba un leve golpe en la mejilla derecha y cerraba un ojo, hacía muecas, como haciendo caritas; levantaba una ceja, luego la otra, se hurgaba la nariz. Se miraba de un lado para otro, de frente y de perfil. Agarraba el bulto de sus genitales, con ambas manos y lo mostraba ante el espejo . Tomaba su desodorante en spray, y luego recitaba al tiempo que se iba rociando el desodorante, en cuello, abdomen y genitales. “Por si me besa… por si me abraza, y por si la vieja se pasa…”

Eso después fue algo que todos le copiaron, y se bañaban y se iban a cambiar al espejo de nuestra recámara y recitaban las mismas palabras, como si fuera una manda. No era igual, era algo propio de él. Le copiaron eso y otras tantas cosas, buenas y malas.

viernes, 11 de enero de 2008

Itzhak

Me llamo Itzhak porque así lo quiso mi padre, que me llamara igual que él y mi abuelo, el padre de mi padre, al que no conocí excepto en fotos, muchas fotos. Sin ser judío me circuncidaron al igual que a ellos, porque así también lo quiso mi padre, que me circuncidaran igual que a él.

Parafraseando a un wey del departamento cuando me vio bañándome, dijo que lo traía casquete corto. Cuando le pregunté del porqué, su respuesta fue: “ ah por como tienes el pájaro, wey”.

Rara vez me llaman por mi nombre. Mi abuela lo nombra sin pronunciar la letra “ t “ , y se come la letra “ z”, lo que sonaría literalmente así: Isac. Algunos me dicen güero, mis amigos me dicen wey.

Entre un conflicto de personalidades, religiones, identidad propia, nunca me bautizaron con alguna religión, nunca asistí a una Iglesia, tampoco hice rituales de ningún tipo, así lo quiso mi madre. Debería de ser yo quien buscara mi religión, y no que me impusieran una. Nunca busqué una, por cierto… En mi casa mi madre es quién a final de cuentas toma la última decisión. De una familia extensa, rara, perfectamente imperfecta, tengo la mitad de la sangre de una religión y la otra parte de otra, ninguna predominó en mí. Tengo más defectos que virtudes, odio el desorden. Nunca he terminado algo de lo que realmente me he propuesto. Por eso deje de hacer promesas, porque nunca cumplí una.
¿ ya mencioné que soy tacaño?
Bueno eso lo mencionaré más adelante.

domingo, 6 de enero de 2008

¿Quién es Axel ?


Axel era un wey de estatura media, delgado, de tez blanca, ojos verdes, pelo claro y ondulado. Siempre sonriente. Su amigo Carlos siempre andaba con él. Eran como hermanos, si bien no de sangre, sí de pedas. Carlos no vivía aún con nosotros, pero como dije anteriormente siempre estaba ahí.

Axel y Carlos vivieron en las Margaritas; ahí vivía el hermano de Axel. Ambos hermanos eran físicamente parecidos: Güeros, pelo rizado, ojos claros, Axel era más delgado, menos alto y menos responsable. Nunca conocí personalmente a su hermano. Una foto enmarcada en madera rústica que un día colocó en el buró de la recámara del departamento hizo tal revelación: Cuatro amigos abrazados, todos con bata blanca, de cuando estudiaban medicina. Cuando éste se fue a vivir al Defe, les dejó el departamento que él rentaba, pero se llevó su cama, su televisor, un crucifico, el mueble donde guardaba sus libros y su ropa. Les dejó una foto, un sillón más que viejo que permanecía taciturno a la entrada del departamento. Un colchón, la colchoneta de Carlos, una mesa plegable, unas cuantas sillas. Eso era todo el inmobiliario. Así quedó el departamento cuando su hermano se fue.

Su ropa la guardaban en cajas, de siempre. Tuvieron alguna vez la idea de amueblar el departamento, pero todo quedó en eso. Una parrilla eléctrica les servía de estufa provisional que duró años, desde que llegó su hermano hasta que se fue, fueron ellos los que la madrearon, la parilla, y el boiler de gas, y la chapa de la puerta principal.

Su independencia les duró tres meses, hasta que el exceso de gastos, el corte de la luz por falta de pago, las pedas y tantos desmanes hicieron que los corrieran. Cada uno se fue por su lado. Carlos se fue con unos amigos y Axel se fue al departamento donde rentaba Emilio.

miércoles, 2 de enero de 2008

Julio y Emilio

A Emilio y Julio no los unía ni la cerveza. No hubo una vez que por iniciativa propia se sentaran a tomar juntos, o a hablar de sus cosas.
Cuando conversaban de cualquier tema entre ambos, salía el tono irónico por alguno de ellos y acababan por tomar rumbos opuestos. Sí pensaban en embriagarse preferían hacerlo cada quién en su recámara y fuera del departamento por rumbos diferentes.

Julio era solitario, de aspecto sencillo, parecía serio y tímido, pero no lo era, digamos que era un hombre de pocas palabras, o hablaba cuando él quería.Podía tomar y tomar alcohol, cuál botella sin fondo, sentarse en su cama hasta caer en sueño, sin decir palabra, no hablaba si uno no tenía la iniciativa de hacerlo, diré que nunca levantó el tono de voz. Creo que ese hombre disfrutaba de su soledad.
Uno de sus defectos era el alcohol y las prostitutas.

Emilio parecía ser el más bullanguero de todos nosotros, amiguero, borracho, de aspecto sencillo; era el tipo que habla y no lo paran. Sus conversaciones me las sabía todas. Era un disco que se escucha una y otra vez.

Julio se llevaba bien con todos, excepto con Emilio, por su parte Emilio tenía mejor relación con Axel, fuera del departamento de todos era sabido que su mejor amigo era Rodrigo.