jueves, 17 de enero de 2008

No sé nadar

Cuando mis amigos me invitaron a nadar a C.U les dije que sí, nunca los acompañé, sabía que no era bueno para ningún deporte, así siempre me lo hicieron creer, y menos sabía nadar. No les dije nada, me daba vergüenza, y de que me enseñaran aún más. Así les di largas y largas al asunto hasta que lo olvidaron casi por completo.

Aún ahora me da una fascinación y miedo de ver mucha agua.
Cada que había una oportunidad se iban a la alberca. Quién los incitaba era Emilio, dejó de insistir cuando en una ocasión casi se ahoga. Cuando nos platicó ese suceso no dejamos de reír.

Me deleitaba ver la alberca de C.U. A la hora que uno fuera siempre se antojaba meterse, chapucear. Una vez cuando el calor del medio día estaba en su apogeo, al ver esa agua azul intenso me dieron ganas de echarme un clavado de película, alguien me rescataría tarde o temprano. La vergüenza pudo más.
Me informé de las actividades, y de las clases de natación para principiantes. Eran por la tarde noche, justo cuando tenía mis clases, no había otro horario. Algunas noches iba con Octavio a la alberca, veíamos, charlábamos, uno de nuestros amigos que estudiaba ingeniería tomaba esas clases.

En algún momento mi padre quiso enseñarme a nadar. Creo que las clases fueron inútiles porque no aprendí. Él cómo que no se esforzaba en enseñarme y ni yo en aprender. Entonces algunos fines de semana los destinó para enseñarnos bicicleta, que al final después de tanto fracaso yo solo tomé la bicicleta, me conduje por toda la banqueta y pedalee sin rumbo fijo. Después de tantas vueltas a la manzana mi entusiasmo se desvaneció y perdí el interés.

Las clases de natación también no prosperaron. Poco a poco caminábamos dentro de la alberca, sentía el agua en las plantas de los pies, tobillos, piernas, brazos, abdomen, pecho, luego mi padre me recostaba sobre ella. Largo rato hacía movimientos con manos, pies, entonces me soltaba, yo pataleaba y tragaba el agua donde había orinado, y tragaba el agua de ese día y la de otros días acumulados en esa alberca.
Ese placer de estar acostado sobre el agua se desvaneció. Después rehuí en meterme a cualquier alberca. Él insistía. No tengo mayores recuerdos, ni de la gente, ni si llevaban puesto algo o nada, tan solo los tragos de la alberca. Un recuerdo vago acaso, de sacar mi cara por arriba del agua, de manotear, del sol sobre mi rostro y mi madre observándome.

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