sábado, 22 de noviembre de 2008

Sábado por la noche

A escasos días de salir de la prepa , decidí salir, fue un sábado por la noche. No tengo mayores detalles de ese sábado, excepto por lo que pasó… no recuerdo otra cosa relevante. Debí haber desayunado hot cakes, haber estado todo el día en mi casa, jugado con mi perra, dormido por la tarde, haber visto mucha tele, debí de haber hecho nada productivo, así era mi vida.

Por la tarde me bañé, merendé a la misma hora de siempre. Salí habitual, cerca de las diez, con los mismos temores; procuré no hacer ruido, cerciorarme de cargar la llave adecuada y aceitado las bisagras de las puertas por la tarde para que no hicieran ruido al tratar de abrirlas por la noche.

Tomaba sólo cerveza, así ha sido siempre. Una, dos, tres, nunca he llevado la cuenta de cuántas he tomado en una noche, pero sé que no son más de cinco. No me he llevado bien con el vino, por eso he preferido la cerveza y nunca me he excedido para no arrepentirme después.


Tal vez todo esto no es relevante.
El Juaco se estacionaba como de costumbre, algunas casas antes de llegar a la mía. Entré sin mayor preocupación, subí las escaleras, entré a mi recámara. No encendía la luz, no lo hacía cuando llegaba tarde, no era tan tarde, pasaría más de media noche, pero seguro era antes de la una de la mañana. Era una noche relativamente fresca, me desnudé para dormir. Todo era silencio. Pude oír el ruido que hace una hebilla al manipularse, el zipper de mi pantalón , una moneda cuando cayó al piso y rodó a no sé donde.

Me tiré al viejo colchón para quitarme los tenis. Quedé inmóvil, sentí la presencia de alguien. Por un rato pensé que era un fantasma..pude oler la loción de mi padre. Cuando boté los tenis sentí el primer golpe en la cara, cerca del ojo derecho, debió haber sido con una hebilla, pues el hematoma duró por muchos días. Luego sentí otro y otro más. Alcancé a cubrirme con la cobija, pero mi padre no cesaba. Esperó en silencio una hora o dos a que llegara y subiera a mi cuarto, estuvo callado , sin hacer ruido, tuvo la paciencia de aguardar a que me desvistiera para desquitar su enojo.

El sueño me venció. No recuerdo más. Al otro día nadie dijo nada. No pedí, ni me pidió explicación.Traté de ocultar con unos lentes los golpes en mi cara, en especial el que estaba cerca de mi ojo derecho, fue inútil. Los hematomas en mi cara y cuerpo duraron muchos días, y el enojo de mi padre más, muchos años más.

domingo, 2 de noviembre de 2008

El funeral

Era muy tarde, hacía frío, todavía no me dormía.
¡Se suicidó Raciel¡
¿Quién es ese wey…?
¿Quién…?
Las palabras me abandonaron. Tuve un nudo en la garganta y las piernas me empezaron a temblar. Si la conversación hubiera durado más habría llorado.

No podía creer, a veces uno escucha que suceden cosas y las siente tan lejanas, ajenas. Cuando alguien muere se imagina que fue por un accidente, una enfermedad grave o un anciano que está al ocaso de su vida.


Esa noche, no dormí bien, se me hizo eterna. Tuve mucho frío. Dudé de la noticia, de esa muerte. Al otro día llegué a la funeraria incrédulo con lo que había pasado.

No cuestioné porque lo hizo. Escuche tantas teorías, después de muerto tuvo tantas virtudes, no se supo que existió hasta que murió, cuando para muchos era un desconocido.

No sabía nada sobre las flores. Hasta dude en llevarlas. Pedí las que a mi gusto eran las flores más hermosas:” Déme esas rosas rojas”, esas son las que sobresalieron entre todas. Llegué incrédulo, vi sólo flores blancas, las mías rojas. Después mi madre me dijo que si se es joven deben de llevarse flores blancas

Me acerqué a su madre. Cuando me vio se paro, me acerqué, nos dijimos nada. No hubo palabras, sólo nos abrazamos por un breve instante. Estaba fría. No lloraba, estaba ausente de todos. Me dolió ver a su madre con esa pena, tan frágil

Tuve curiosidad, una curiosidad insana, ese defecto que tengo que le llaman curiosidad, que he llevado dentro, desde siempre. Me carcomía la duda por saber si efectivamente era él y si había alguna huella sobre cuello, su rostro. Me dirigí hacia el féretro. Titubeé. Era él. Su misma expresión, parecía dormido a punto de despertarse, sin ninguna huella aparente. No parecía difunto… Sólo noté sus labios secos. Llevaba un traje gris que no le conocía. Una corbata azul a rallas que hacía juego con su pálido rostro. Abrazaba entre sus dedos delgados una rosa blanca que se mimetizaba con sus largos dedos.

Todo alrededor de él eran flores blancas: rosas, claveles, alcatraces, excepto mis flores y la gente que estaba en un negro luto.

No olvidaré el rostro de su hermana, tendría unos doces años. Alta, pálida, peinada con una cola francesa, llevaba unas pequeñas arracadas de oro; vestía una blusa blanca sencilla de mangas largas, que resaltaba con un oscuro vestido sin mangas. Traía mallas lisas oscuras y zapatos negros. Lloraba desconsolada… abrazaba con ternura el féretro, como se abraza a un oso de peluche, a un hermano, sólo que él ya estaba muerto.

Reproché la acción que hizo en ese momento, lo injusto que había sido hacia su familia, pero lo comprendí años más tarde, cuando en una terrible depresión pensé en lo mismo.

No lloré en su funeral, pero recordaré muchas cosas de El perico.

martes, 21 de octubre de 2008

" Eres un ojete"

Fue en la primaria, tuvo que haber sido en tercero o cuarto, un día de educación física, estaba en short, fue lunes o martes por que llevé a la escuela dos tortas con mole poblano.

Cada que mi madre hacía mole era por alguna ocasión especial, o no tan especial, lo cierto es que le gusta hacer mole poblano .Lo tarda en preparar una semana. Empezaba un lunes desvenando el chile, martes tostándolo, ensomando toda la cocina, nosotros huyendo en busca de aire fresco. No sé como ella lo resiste.Después muele el chile en un molino. Las especies siguen después, dorarlas, freírlas, molerlas. Todo tiene su ritmo, su tiempo, día. Se tiene que tener un gusto especial por la cocina y por el mole.

El sábado a medio día pone el brasero, tiene todos los ingredientes por separado, los vertirá sobre una gran cazuela de barro donde tiene ya manteca caliente y caldo de guajolote. Es todo un rito. Siempre lo acompaña con arroz y mucho, mucho pollo, ese día hay cerveza bien fría.

Sirve mi madre la pieza de pollo en un gran plato extendido de una vajilla guardada, no en la Luis XV, esa es un tesoro invaluable, regalo de mi abuela, Baña a la pieza de pollo con un poco de mole y le rocía ajonjolí dorado, a un costado pone el arroz a la mexicana. Como tesoro mi madre guarda sus trastes, sus vajillas. Esta vedado para nosotros comer en esa antigua vajilla Luis XV. Siempre comemos en platos de otras vajillas que han quedado incompletas. Así nos servimos en platos diversos. A través del tiempo fuimos adoptando un plato, un vaso y taza. Cuando ya no se pueden usar buscamos otros, pero siempre tenemos uno preferido. Mi madre dice que la vajilla se usará en alguna especial. No la usa. No la pedimos tampoco. Son a mi modo de ver una reliquia que sólo hay que ver de lejos.

Todos han coincidido que sin lugar a dudas que el mole poblano con arroz a la mexicana le queda delicioso y es el que más gusta, no digo que los demás no, sólo que éste supera a los demás.

El domingo es recalentado, mole, arroz y caldo con menudencias. El lunes a primera hora son tortas con mayonesa, pechuga desmenuzada y un poco de mole, suficiente para que pique, y poco para que no se ablande el pan. El lunes las tortas me saben deliciosas. El sabor de mole dulce con pechuga y mayonesa es delicioso. El lunes para la comida, es mole. Martes, mole para la comida y tortas de mole para la escuela. . Miércoles, también mole. Ya ponemos peros a tan exquisita comida. Los miércoles lo comemos en hojaldras y los jueves y viernes lo rematamos con enchiladas con bastante crema y rodajas de cebolla. Yo no la como, no me gusta.
Para el siguiente sábado no nos lo hace comer. Mi madre siempre lo guarda en el refrigerador. Asegura que en él nada se hecha a perder, pero sabemos que termina tirando el restante un mes o dos meses después.

…ese día llevé tortas de mole. Tuvo que haber sido lunes. Sí, fue lunes. Llevé una bolsa de plástico con dos tortas , envueltas en servilletas blancas, ya manchada por el mole. Traía en la mano un vaso de plástico con agua de limón, un compañero me pidió una torta y agua de limón, luego vino otro, y después otro.

Macario rehusó a convidar su almuerzo una y otra vez.

¿ Por que no les hacían su lunch como a mí? ¿ por qué su mamá no se levantaba temprano, les hacía sus tortas con mole, mayonesa y pechuga desmenuzada y les hacía su agua de limón?

¿Me convidas de esa torta? No, no convido nada, trae la tuya.

“Eres un ojete”. Alzé los hombros y seguí comiendo.

lunes, 13 de octubre de 2008

El Juaco

El Juaco era serio, nos frecuentaba porque pensaba que éramos buen pedo... nosotros lo frecuentábamos porque le gorreábamos el auto. Un viejo auto Volkswagen sedan.

-“¿A dónde vamos? “.

El wey no era de complexión gruesa, aunque no era flaco, digamos que tenía un cuerpo en forma de aguacate.Bajito, pelo rebelde, corto, corto, no había gel que aplacara esa abundante cabellera. Tenía tez clara, con pecas en ambos pómulos y nariz. El estomago se desbordaba cual masa con levadura. Siempre se quejaba de la talla de los pantalones. Si los buscaba en talla chica, no entraba; en talla grande… entraba, pero pues se veía muy chiquito. Se desesperaba en una búsqueda de uno que le sentara bien, ¿no me veo gordo, verdad?

Usaba lentes, aunque no le gustaban; aclaraba que en realidad no los necesitaba. Era muy vanidoso.

— ¿me veo bien?

Siempre olía bien. Años después me enteré que todo lo que se propuso lo logró -excepto bajar de peso- Al ser tan obsesivo, meticuloso, perfeccionista lo llevó a depresiones, nada le gustaba, todo le aburría.

No cambió a través de los años. El estomago abulto, ya no era por masa de pan, decía que ahora era de cerveza. “Empezaré a hacer ejercicio, para bajar la panzita” . Eso decía cada año.

Se dejó la barba de candado. Se le empezaron a ver algunas entradas en las sienes en ese negro pelo. ¿...pero no se nota mucho, verdad? Pronto se le empezaron a notar algunos pliegues en la frente y alrededor de sus ojos. Cambió sus lentes de pasta por unos sin armazón.

A pesar que nos encontramos casualmente algunas veces, no había nada que nos uniera. Nunca fuimos amigos, pensamos uno del otro que éramos unos ojetes. Yo lo era, lo admito. Recuerdo perfectamente la primera vez que me lo dijeron: “ Eres un ojete” . No entendí el cumplido o la ofensa, pero la acepté con descaro.

martes, 7 de octubre de 2008

El galanzete

Ya había agarrado confianza de salir de mi casa algunos viernes por la noche sin decir nada. No era seguido, acaso una vez por mes.

Salía como de costumbre a escondidas, con el corazón acelerado, sudando. Afuera estaban mis cuates: El Perico, El Juaco y El Greñas. Ya conocieron al Perico, faltan los dos últimos. Mi madre no los podía ni ver. Nunca le cayeron bien. Decían que nada más se la pasan sonsacando a los demás.

Éramos casi de la mima camada, ya andábamos cerca de los dieciocho, el greñas, nos llevaba un año más, al igual que el Juaco. El Greñas pues andaba pelón. Pero semanas atrás andaba con los pelos crecidos, sin ton ni son. Cuando fue a pedir informes para su pre-cartilla se la sentenciaron.

Es que los pelos largos no le iban. Era el más alto, el más moreno y flaco de la banda, traía los pelos necios, largo en ambos lados de las sienes, que tapaban más de media oreja, onda tipo trailero. El largo del cabello le tapaba todo el cuello, pero sin tener forma alguna, daba la impresión que tenía el cabello sucio. Tenía la barba cerrada Podían fácil confundirlo con un indigente.



Como buscaba trabajo decidido raparse. . con ese aspecto parecía otro. Nadie se había fijado antes en su a rostro, en sus ojos verdes sombreados por pestañas rizadas. Al parecer estaban escondidos entre tanto pelo; sobresalían sus ojos sobre esa tez morena. Tenía un cráneo bien proporcionado. El rape le iba bien. La barba cerrada también.

Siempre sonreía. Fue el más optimista de los que yo haya conocido. No siempre fue así. De niño fue de complexión robusta. Tenía el abdomen abultado, con las mejillas y papada prominentes. Era por su altura, tez y peso muy bien identificado,

Al entrar a la secundaria tuvo demasiados problemas de acné; eso y el sobrepeso contribuyeron a su timidez, a alejarse de los demás. No querer comer. En más de una vez vomitó y derramó una lágrima por su aspecto físico.

Fue obligado por su papá a inscribirse en clases de karate con la intención literalmente de madrear al que se burlara de él. Nunca supieron que dejaba de comer, que vomitaba. Todo su coraje, fuerza y dedicación para esa actividad lo llevaron a tener otra actitud ante la vida…y bajar de peso. Eso y el entusiasmo para bailar lo cambiaron por completo.

Quién iba a pensar que ese patito gordito se convertiría en todo un galanzete.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Mi cuarto

Mi cuarto donde dormía era como otra recámara cualquiera de mi casa.
Yo dormía sobre un adusto colchón tirado en el piso. Era un viejo colchón, flaco el pobre, se le podía sentir fácil sus huesos en algunas partes de éste. Algunos de éstos ya habían hecho mella en él.Había uno que otro agujero.

No lo podía voltear como lo hacían como los demás colchones de mi casa cuando estaban viejos. Los volteaban de un lado a otro, como tratando de rejuvenecerlos, buscando la parte más suave, tratando de que se usara bien por ambas partes. Posponiendo la compra de uno nuevo.

No lo podía voltear, una vez prendimos un cuate y al colchón fue a parar. Nos dimos cuenta hasta que...percibimos un fétido olor. Se estaba quemado. Se quemó sólo una parte. Esa iba hacia el piso.

Disfrazaba mi colchón con un viejo pero fastuoso cobertor con una figura de un león dormido. Tenía algunas almohadas, algunas sin plumas, otras rellenas de ropa vieja. Mi madre compraba algunas muy de vez en cuando, nos castigaba no comprándonos, después de que las desplumábamos. Las fundas eran nuevas y siempre olían muy rico, eso sí.

Tenía un mueble viejo y majestuoso de madera que mi madre compró a una vecina. Dijo que lo compró a muy buen precio.Ésta se mudó y no volvimos a saber de ella, dijo que le dolía deshacerse de él. Creo que lo vendió porque ya no servía, eso dijo mi padre poco tiempo después. Tenía termitas. Yo desde el principio dije que ese mueble estaba muy feo.
Con el tiempo se fue haciendo polvo solito.

Tenía un anaquel de lámina, uno de esos que venden en las calles, sí uno insiste le van bajando el precio inicial. Ahí colocaba mi colección de libros, y algunas réplicas de figuras prehispánicas. Hasta arriba tenía dos peluches, en medio del estante mi grabadora, y abajo, sobre el piso, mis zapatos.

Sobre una estructura de tubo colocaba mi ropa en ganchos. Abajo de éste,en el piso, había cajas, dentro había muchos triques.Se me daba guardar cosas inútiles: postales, timbres, envolturas, luchadores de plástico y algunas máscaras , bolígrafos sin tinta...
En la pared estaba un reloj y algunos cromos que conseguía gratis en los locales donde rentaban películas. La ventana que daba hacia el patio estaba cubierta por una persiana en color nogal.
Era muy austero mi cuarto.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Máscara contra Máscara

Mi colchón nos servía como cuadrilátero para jugar a las luchas, las almohadas, armas suaves para golpear sin causar daño. No hacía falta invitar a mi perra, se invitaba sola. Le gustaba la borulla, el desmadre. Ladraba, se alocaba, corría de un lado a otro, mordía, daba brincos.

Antes de jugar, movíamos la tele nueva que mi padre había comprado. Era una más pequeña, se colocó sobre un mueble de madera, fue más fácil de mover hasta un rincón.

Había varias máscaras que usábamos, mi máscara preferida era la del Santo, pero había muchas más. Entre nosotros no había golpes con rencor. Siempre fue juego, una forma de diversión.

Muchas tardes mis hermanos y yo coincidimos en mi recámara. Veíamos televisión, platicábamos sobre anécdotas que sabíamos. Nos daba miedo aún así las contábamos. A veces el sueño nos vencía. Amanecíamos tirados sobre el colchón con todo y perra.

¿Pensaría ella que éramos de la misma especie?


Mi cama era también la de ella, después durmíó sobre el colchón . En una lucha de máscara contra máscara mi cama crujió, sus patas, de una en una se quebraron. Al suelo fuimos a dar. Corrieron mis hermanos con sus máscaras junto con la perra despavoridos. Yo quedé hasta el final, en pie de lucha.


Mi padre no dijo nada. Se tiró el mueble de la cama y pasó un largo tiempo antes de que volviera a usar otra nueva. Mientras tanto dormí todo ese tiempo en mi colchón sobre el piso. Cada que mi padre nos veía sobre el piso decía: “ Se los dije, sí siguen jugando en esa cama se van a dormir sobre el piso, y como fue “

lunes, 8 de septiembre de 2008

¿ tienes miedo?

¿En que momento llegó a gustarme el alcohol y ser cleptómano?
Debió haber sido en una fiesta. Sí, fue en una fiesta de quince años, yo apenas pasaba los dieciséis .

Sólo una vez fui chambelán. No me gustó. Fue más a fuerza que por voluntad. Esa vez no fui chambelán, fui invitado. No pasé la altura requerida para la quinceañera. De todas maneras no quería participar. Nunca se me ha dado bailar.

El día de la fiesta fue una noche excelente, bien se podía haber estado en una terraza contemplándola, fumando un cigarro, tomando una cerveza, platicando o fajando, a gusto de cada quién y se podía haber recordado esa noche por mucho tiempo.

A mí no se me olvidará.

Ahí estaban todos los primos, muchos habían cooperado para esa fiesta. Sí había que invitarlos, que mejor que fueran padrinos. En todas las mesas había una botella de brandy y una piña en el centro decorada con pedazos de piña, quesos y jamón. Al final arrasaron hasta con las piñas, que eran parte de la decoración.



Había una luz tenue en todo el salón, velas iluminaban las mesas. Me gustó la cena. El pollo frío y el espagueti estuvieron muy ricos, aunque el bolillo que me tocó estaba más duro que un pan de fiesta. Mi madre me dijo que no me quejara, que mucho hacía el papá de la quinceañera con festejarla.

Hubo mucha comida y mucho vino. De la música no presté atención. Salí antes de empezar el borlote.

Esa noche, dos de los chambelanes que eran mis amigos y dos primos más, todos ellos mayores que yo, pensaron en tomar clandestinamente fuera de ese lugar. Hurtarían algunas botellas.

Ese día, la suerte no estaba de mi lado. ¿Tienes miedo o qué?, me dijeron. Tenía miedo, pero no lo dije. Sólo moví la cabeza en un gesto de “ no tengo miedo” .

Pensé en que sería lo más sencillo del mundo. Agarrar la botella, guardármela en el saco y salir tan campante como si nada. A la luz de las velas, con la música de fondo, todos viendo a la quinceañera, ¿quién iba a prestar atención a un invitado robándose una botella?

Cuando el vals de la quinceañera terminó y pasó una interminable lista de padrinos, tíos, primos y colados a bailar con ella. Dudé un instante. Tal vez calculé mal el tiempo, por que era un vals que parecía no acabar.
Yo no pasaría a bailar con la quinceañera. No era padrino, ni me gustaba bailar. Dos ya se habían ido el lugar con las respectivas botellas. Faltaba yo.

Tomé la botella. La guardé, caminé por entre algunas mesas. El centro de atención era la festejada, yo no, pero…como estaban filmando me desvié, ya no me podía regresar, no me detuve, pasé cerca de la quinceañera. Vi sus manos hacia mí. Su cuerpo se movía a ritmo de la música, venía valseando hacía mí. No pude huir. Ella me sonrió.

Agarró mis brazos, tan rápido que no pude detener con mis mano la botella de brandy que tenía oculta, resbalándose hasta el piso.

martes, 2 de septiembre de 2008

La botella de brandy

No era la primera vez que había probado el alcohol. Ya había tomado muchas veces cantaritos con alcohol, cervezas y cubas.


Mi papá acostumbraba tener en la alacena una botella de tequila o brandy. Yo miraba como agarraba la botella, se servía en un vasito, lo tragaba como cualquiera que toma un vaso de agua.

Yo también un día quise hacer lo mismo. Agarré la botella de brandy, lo destapé y me empiné la botella. Intenté tragarlo como agua de limón, se me atoró, fue fuego en mi garganta.

Quedé paralizado de miedo,con los ojos desorbitados, con la garganta
atragantada por los tragos de brandy, corrí, di brincos sin obtener resultados. Pensé que moriría.
Agarré la botella, la puse en su lugar y sequé mis lágrimas entre susto y el atragantamiento de alchohol. Pasaron unos años antes de volverlo a probar una vez más.

lunes, 25 de agosto de 2008

Viernes por la noche

La invitación para la fiesta del viernes por la noche me hizo pensar.Sabía de antemano que no me dejarían ir, ¿para que preguntar? Yo sabía la respuesta. Esa semana estuve nervioso, pensaba en el mejor momento para pedir permiso para el viernes por la noche. Ese día, el viernes no me dio hambre.

Agonizó la tarde, no dije nada. Tuve un fuerte dolor abdominal, como un cólico, parte por la emoción de irme sin decir nada, parte por miedo. No me molestaba, pero me incomodaba, ¿ a qué hora me iría? Esa noche pasaría por mi amigo, El perico.

En la prepa lo conocí. Nada tenía que ver su aspecto físico con su mote. Era alto y delgado, nariz recta, ojos oscuros, cejas tupidas, no usaba lentes. Era blanco, como si nunca tomara el sol, sin llegar a ser blanco percutido. Su pelo era de un negro intenso, se peinaba con ralla en medio, con bucles que se formaban al peinarse, no creo que se peinara, sus bucles se acomodaban solos.

Tenía unas manos torpes, con dedos flacos y grandes. No usaba reloj, cadenas, esclava o anillos.

Ninguna característica física que resaltar o cicatriz visible , como un wey normal que te puedes encontrar en la calle, difícil de describir. Torpe al caminar, de paso lento. Deduje que le decían El Perico porque ese wey casi no hablaba. Se le podía confiar cualquier comentari0 indiscreto, cualquier secreto insano, él no diría nada. No había problema, el sabía escuchar, cualquiera diría que era mudo. Yo, que era un hombre de escasas palabras.

Ese día me la pase tomando sólo agua, mucha agua. Alguien dijo que iba a haber mucho alcohol, y también mencionó que la mejor manera de no embriagarse era tomando agua y alcohol. Yo deduje que la mejor manera era estar lleno de agua, así no podría soportar tanto alcohol.

Esa noche tomé sólo un vaso de leche para no dar sospechas y subí a mi recámara, me la pase orinando toda la tarde. Espere sigiloso la hora marcada. Al final del pasillo, a mano derecha había una escalera que comunicaba con el patio, se bajaba por esa escalera y salir sin ser visto.
Esa noche se acabó el ruido temprano en mi casa, me cambié, tomé las llaves y cerré. Fue una nueva aventura. A pesar que era en la misma colonia tomé todas las precauciones.

No me divertí. Mi otro yo me traicionó ¿… y si algo malo me pasaba? , ¿de regreso chocaba el taxi?, ¿ extraviaba la llave?, ¿ cómo entraría a mi casa? ¿ Si mi padre me buscaba y no me encontraba?
Me sentía mal, tenía la sensación orinar una y otra vez, aunque sólo hiciera un chisguete. Sudaba.

Al final de la noche vomité toda el agua que ese día tomé, mi vaso de leche y el vaso de alcohol con refresco de cola .

domingo, 17 de agosto de 2008

Mi tatuaje

¿Ya conté sobre mi tatuaje en la espalda? No es un tatuaje en sí. A un compañero le gustaba dibujar, según el quería ser tatuador. Nunca lo fue, pero en ese entonces él quería serlo y tatuaba a su manera.
Es en ese tiempo que uno quiere hacer muchas cosas y no llega a terminarlas.

Le comenté que me gustaría tatuarme algún día, pero que sería mucho después... cuando fuera más grande.
Me dijo : “ para luego es tarde, no le saques”. Entonces no se sabía mucho de tatuajes, sólo que los ex presidiarios los portaban. Él no había hecho muchos, algunos corazones con flechas, letras, y cosas sencillas.
El mío sería sencillo, unas alas de ángel en la espalda. Nada elaborado. Sólo que parecieran unas alas de ángel. Nada más compraría la tinta. Una tinta mala.

La única condición: tener que hacer entregar sus resúmenes de libros en la clase de literatura. Tal vez pensó que era pendejo, primero por ser su conejillo de indias, después por la tarea que iba a emprender. Yo pensé también que era un pendejo por que no me iba a cobrar y a los demás les cobraba, la tarea era pan comido, también pensé que yo ps era su cuate por eso no me cobraría. No estoy seguro de lo que pensé, pero más o menos eso pensé, y no se lo dije. Él también ha de ver pensado algo parecido y no me dijo.

El proceso de tatuaje era rudimentario, una máquina hechiz, la tinta se vertía en una corcholata de refresco. No se pensaba en tantas cosas, asepsia, enfermedades y eso, mi preocupación, que mi jefa lo llegara a ver, eso si daba miedo. Lo demás no.

Dibujaba muy bien. Cuando a alguien lo enyesaban, él les hacía trabajos chingones. Entonces quedé un día de ir a su casa; hizo varios bosquejos sobre mi espalda, me tomó fotos con su cámara polaroid y acepté el que más me gustó. Acordada la fecha fui y empezó a hacer un bosquejo con la tinta.

Punteó sólo la orilla superior izquierda. Una semana después sombreó la parte superior izquierda del ala. Después se quebró su mano.
Entonces quedé tatuado con una pedazo de ala nada más.

lunes, 11 de agosto de 2008

Ladridos

Mientras todos parecían crecer y madurar yo todavía tenía mis luchadores con capa, todos plastificados.
No me avergonzaba tenerlos. Ya mi padre había dicho infinidad de veces: “no brinquen en las camas, pues se dormirán en el piso”.

Sobre las camas jugábamos luchas, guerra de almohadazos, ahí brincábamos mis dos hermanos, mi perra y yo. Pocas veces o para ser francos nunca pensamos en que la cama se iba a quebrar o le iba a pasar algo, menos en las consecuencias. Lo mismo pasaba con el televisor. Hasta que un día voló por los aires. Nunca lo habíamos extrañado hasta que no lo tuvimos. Así duramos como tres meses sin el televisor. Hasta que un día mi padre se apiadó, era uno más pequeño, pero televisor al fin.

Mi perra no tenía pedigrí. Era un perro de raza pequeña, de pelaje negro y manchas blancas, onduladito. Tenía unos colmillos que delataban babreza.

Era de esa clase de perros que ladran por todo, cuando sonaba el teléfono, tocaban la puerta, tronaba, llovía o escuchaba borulla .

También mordía, nos gustaba estar descalzos, mordía muy suave, abajo del tobillo, casi en la planta de los pies. También mordía todo lo que estuviera en su paso, acababa con zapatos, calcetines. Acabó con el faldón de la sala, las toallas. Era una perra con gusto por morder y ladrar.

Al principio sus ladridos eran novedad, después nos fuimos acostumbrando, todos se acostumbraron, menos mi madre. Decía que los ladridos le ponían los pelos de punta.

viernes, 8 de agosto de 2008

El gusto por las luchas

El gusto por las luchas ya lo traíamos en la sangre. Mi tío, de joven, siempre quiso ser luchador, ¿ya lo conté?

Era muy aficionado a las luchas. Le gustaba ir los fines de semana a verlas. Un día se despertó diciendo que quería ser luchador, no bastó con ir a verlas los fines de semana.

Salía muy temprano a correr por las mañanas. Tenía un reto difícil, pues era muy alto y delgado. Después de tanto correr, siguió estando alto y delgado. El seguía insistiendo en querer ser luchador. Entonces empezó a practicar el box y también seguía corriendo. Seguía estando alto, delgado y macizo.
Se metió al gimnasio. Entonces con el tiempo empezó a robustecer, estaba feliz, mi abuelo le decía que estaba robusteciendo por la edad. Cuando se sintió preparado empezó a practicar lucha grecorromana, su sueño, ser luchador profesional.

Llegó a un cuadrilátero muy rudimentario, con piso de madera, cuando los golpes y las caídas fueron reales ya no le gustó.Hasta ahí le duró el gusto. Dejó de hacer ejercicio, le siguieron gustando las luchas y ganó como cien kilos.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Los peces

Después del gato siguió una pecera con dos peces. No sabíamos nada sobre peceras, menos de peces. Rápido entendimos que se debe de cambiar su agua de vez en vez o los peces flotarán sin rumbo fijo. Todos los días les dábamos su alimento, tres dedos nada más. Pero eso no era suficiente. Cuando ya no se movieron supimos que algo andaba mal.

Después compramos más. Igual se morían o desaparecían. Era el agua, o era el alimento o se nos olvidaba la pecera sobre la pileta.

Así supimos que los gatos comen peces.
P.D.
Sldos Garambulla

lunes, 4 de agosto de 2008

El gatito negro

Un desfile de mascotas había pasado por mi casa.
No recuerdo como llegó nuestro primer perro. Era un perro negrito. No estuvo mucho tiempo con nosotros, se murió de parvovirus.
No lloré ni lo extrañé.


Un día llegó temprano en una mañana de invierno un gatito negro. Fue el primero de una serie de gatos que tuvimos. No se quiso ir. Ni tampoco lo echamos. Una de esas mañanas de invierno lo sacamos al patio, jugamos con él, no lo resguardamos del frío. Cuando mi padre preguntó qué quién había metido al gato, no contesté ni ninguno de mis hermanos.

Se había quedado afuera y quedó escarchado. Pensamos que el gatito tenía que haberse metido, seguirnos como lo hacía, qué tendría que haber arañado las ventanas para decir “aquí estoy”… maullado. Igual nos siguió y no lo vimos y le cerramos la puerta, arañó, maulló toda la noche, pero nadie escuchó. Mi padre lo colocó sobre la estufa, después estuvo dos días con un foco, envuelto en una toalla. Se recuperó.

Sabíamos que teníamos que buscarlo para resguardarlo del frío. Eso hacíamos los días subsecuentes, a los pocos días cayó del techo y azotó sobre las plantas, siguió caminando. Entonces cuidamos de resguardarlo por las noches y cuidar que no anduviera en las alturas.

Cayó a la pileta con agua, lo rescatamos con una cubeta para que no nos rasguñara. Cayó en ella una y otra vez. Ahí estaba la cubeta lista para sacarlo. Allí dormía las tardes soleadas, sobre la pileta, junto a las macetas de barro con geranios rojos. No tuvo nombre para ser honestos. Era un gatito negro, todo, flaco el pobre, sin chiste, con los pelos erizados.

Otro día mordió unos cables de luz y quedó más erizado de lo que estaba. Poco a poco iba curioseando por la casa, cayendo al agua, una y otra vez, no decíamos nada, sólo agarrábamos la cubeta y ya.

No conocía la calle, la primera vez que salió, venció su miedo y traspasó el zaguán , un coche lo atropelló. Nadie lo quiso ver. Yo sí.
Estaba como dormidito con un ojo abierto todo desorbitado.

viernes, 1 de agosto de 2008

Criador de conejas

Me regalaron un conejo, chiquito, gris. Creció y creció. Supe que no era conejo, sino coneja. Tuve una visión, ¡ tendría una granja de ellos¡ . Así un día sentados a la mesa dije : “ voy a dedicarme a criar conejos” .

Por que se reproducen fácilmente, y a muchos les gusta, pensé. Entonces mi madre me dijo: “¿dónde vas a poner tu granja? Sólo que en tu cabeza, dijo sarcásticamente”

Al otro día en la mesa mi madre sirvió coneja en chile huajillo, o en pipían, no recuerdo bien ...pero quedó muy sabrosa. Adiós a la granja y a mi coneja.
Habían matado mi visión de ser empresario y tal vez ser un exitoso criador de conejas

sábado, 19 de julio de 2008

Es que a oscuras no se ve nada

Es que a oscuras no se ve nada.
Me regalaron un ratón blanco. Pocas veces lo agarré y dejé que jugara con mi mano y subiera por mi brazo. Sus largas uñas como alfileres puntiagudos me daban pavor, asco. Aunque fuera blanco no dejaba de pensar que pertenecía a una familia de roedores.

Mi hermano lo adoptó, jugaba con él, lo sacaba en el día, por las tardes, lo llevaba a la escuela adentro de la bolsa de su camisa, lo presumía enfrente de sus amigos. No dormía con él. El ratón dormía en una caja de cartón con cama de aserrín.

Ese ratón no se despegaba de mi hermano, o mi hermano del ratón. Ambos andaban de un lugar para otro. Raras veces andaba en el piso. Tenía miedo, temblaba. Lo sentía cuando lo agarraba para devolverlo a su caja .
Vivía pues ese ratón en la bolsa de mi hermano y dormía sobre una cama de aserrín colocada en el pasillo, debajo de un mueble de madera que estaba en el pasillo. Ese pasillo daba al baño.

Esa noche, rara noche, pues nunca voy al baño de noche, fui al baño. Siempre prendo las luces por donde voy pasando, por que es de noche, y me da miedo, o para no caerme, esa noche no lo hice, caminé a oscuras, casi a tientas, a sabiendas que saliendo de mi cuarto, antes de las escaleras tengo que doblar a mano izquierda, luego otros dos pasos y doblo a derecha, camino derecho, giro a la izquierda y voalá, a oscuras puedo atinarle.

Saliendo de mi cuarto, pasando enfrente del mueble no prendí la luz que esta al lado de ella. En mi ida al baño escuché como una hojuela de maíz bien tostado crujía. No di importancia al principio, mi curiosidad pudo más, y de regreso al prender las luces vi al ratón moviendo sus patitas. Quedé horrorizado al ver a ese pequeño ratón, pues siempre al verlos he corrido más perseguirlos con la intención de matarlos.

Al otro día mis dos hermanos y yo contemplamos al ratón.
Le hicimos bolita en cuclillas, mi hermano el más chico le picaba la panza con un palo para cerciorarse y estar seguros que estaba muerto:
“¿… está muerto? “ y volvía a picarle la panza al ratón.
Sí esta muerto, decía. Y volvía a picarle la panza al ratón.

¿Qué hacía el ratón a esa hora ?
El caso quedó resulto tan pronto como empezaron las investigaciones. El ratón había roído día con día la caja de cartón sin que nos diéramos cuenta.
Esa noche, rara noche, salió de su casa, pasé yo, y a oscuras que no se ve nada y ...

miércoles, 16 de julio de 2008

Un día llegó...


Un día llegó un pajarito. No podía volar. Mi papá le dio de comer y no quiso irse, o no pudo volar. A veces se nos olvidaba que teníamos a ese pajarito, no hacía ruido, o por que comía las migajas de pan que había en el piso y no teníamos que alimentarlo. Brincaba de un lado para otro.

Se escondía y salía de entre las macetas de la casa, juguetes…no tenía casa como una mascota, de esas que tienen los perros en forma de iglú, o su arenero como los gatos, o jaulas como castillos, éste estaba tan pequeño y se sentía libre en la casa que brincaba de un lugar para otro, dormía donde le agarrara la noche o el frío. Cualquier lugar era bueno. En un zapato, debajo de cualquier mueble, bajo la cama, entre las plantas.

No trinaba, mi papá decía que ésta clase sí lo hacía. No lo escuchamos, nunca lo escuchamos o mi padre no sabía nada de pajaritos.

Todos lo queríamos o la queríamos. Mi papá decía que era pajarito. Un día que salimos de vacaciones y mí padre se quedó en la casa, como era costumbre él corría para ver a mi papá cuando llegaba de trabajar. Mi papá dice que cuando llegó no había luz, caminó a oscuras, cuando escuchó ese ruido supo demasiada tarde del pajarito.

Se le había olvidado por completo que él también vivía con nosotros.

martes, 8 de julio de 2008

No llevaba la contraria

Vengo de una familia conservadora, donde pocas veces se ha podido discutir, la mejor forma de llevar la fiesta en paz, es mantenerse callado, este o no se este acuerdo.

No le llevaba la contraria a mis padres, todo lo que hacía o decía lo parecía, lo juro. Pronto me acostumbré a un rotundo “ No” . Qué vas a estar yendo a esas fiestas tan tarde. “No puedes, dije “.

¿No tienes cosas qué hacer? ¡Qué vas a estar escuchando esa música horrorosa a todo volumen ¡ te dañaras tus oídos, entiende. Qué vas a estar saliendo con esos vagos, si todo el día andan en la calle, ¿ qué no tienen casa? Hueles a humo de cigarro ¿ ya estas fumando? No me pidas dinero, no tengo...¿ para que lo quieres ?

No puedes, no debes, no toques, no mires, apaga esa televisión, no repeles. ¡Vete a dormir ¡

Las primeras veces obedecía, después me escapaba.

viernes, 4 de julio de 2008

Ve a tus hijos

Mi madre decía que algún día acabaríamos con la casa.
“ ¡ itzhak ve a tus hijos, acabaran con la casa ¡ ” . Cuando algo la molestaba decía tus hijos, no decía mis hijos. Cuando pedíamos permiso era igual: “vayan con su padre”, por su parte mi padre nos remitía con mi madre: “vayan con su madre”. Era un ir y venir, tal parecía que ninguno tenía hijos propios.

Nunca acabamos con la casa. Sólo con el televisor y una cama.

martes, 1 de julio de 2008

Pesadillas

Las pesadillas después de ver películas de terror viene de sangre.

Al igual que yo, mi abuela soñaba con las películas de terror que veía. Rehuía cuando en ellas había monstruos o sangre. Pasaba mala noche después de verlas. Se sentía atacada por los monstruos, tenía que salir airosa de luchas a tres caídas. Soñaba que era a ella a la que perseguían; sí veía toros en la tele, soñaba que estaba frente a ellos, que tenía que torearlos, a veces era rejoneadora, otras matadora o banderillera, pero se veía con su ropa de ama de casa pero con capote y espada.

Eso la angustiaba, por eso veía prefería las novelas o el box. Si vía novelas comentaba a todos lo sucedido en ellas, como si fueran parte de su vida, o hechos de la vida real. Si veía el box era de las personas que se levantaba del su lugar, gritaba de la emoción, daba derechazos, izquierdazos. Se desvelaba por ver a sus campeones. Al otro día amanecía adolorida por tanto golpe que había dado. Eso todos lo sabíamos.
A mi abuelo con que estuviera la televisión prendida le daba igual. No había poder humano para alejarlo de ella. Claro que su pasión eran los toros y las luchas.

Creo que teníamos la misma adicción por la televisión y las luchas, de niño junto con mis hermanos veíamos todo el día las caricaturas, siempre y cuando mi padre no estuviera presente. El hecho que a él nunca le haya gustado la programación televisiva no significaba que a mí no me gustara. Le molestaba vernos delante de un televisor. Así que cuando él estaba nada más nos veíamos unos a otros y jugábamos.
Jugábamos a las luchas.

miércoles, 25 de junio de 2008

Las matines

En mis vacaciones no hacía nada extraordinario. Mi vida no es extraordinaria. De las vacaciones de mi niñez y adolescencia, son las idas al cine y las matines de los domingos las que más recuerdo. No tengo tantas idas al cine en mi etapa adulta, como en mi niñez y adolescencia.

Cuando pasaba por los cines los miraba tan imponentes, enrejados por las mañanas, con un fétido olor a humedad y a humo de cigarro tan característico de los cines, por la noche, espectaculares con su programación.

Cuando pasaba por uno me quedaba viendolo, subía las escalinatas que tenían, veía la cartelera, sus instalaciones, todo, olía el cine. Los domingos me formaba en una larga cola para ver las películas del Santo, las de Capulina y muchas más. Así me fusilé Santo contra las lobas, Capulina contra las momias…

Al entrar lo primero que hacíamos era comprar en la dulcería. Después de comprar el boleto, para lo único que alcanzaba era para una mitad de sándwich y un vaso de refresco. Antes, mucho antes de empezar la película ya no tenía ni la mitad del sándwich ni el minivaso de refresco en envase de cartón.
Por más que hacía que me durara, se terminaba en un santiamén.

Tenía que subir mis pies a las butacas por el miedo a las vampiras, momias y demás monstruos – aún hoy, en las películas de terror no me controlo, salto de imprevisto, me paro a cada rato de mi butaca, agarro al de al lado… doy gritos ahogados, me entusiasmo al grado de aplaudir como aplaudía en las matines cuando ganaban los buenos - pensaba que podían estar cerca de mí, tan cerca como debajo de las butacas, jalarme, comerme sin que nadie se diera cuenta. Mi miedo llegaba al extremo de pensar que podían estar debajo de mi cama, en el baño, llegaba a tener pesadillas, aún así las matines las disfrutaba.

viernes, 20 de junio de 2008

zapatos negros

Acordamos vernos días después. Alguien sugirió ir al cine, vernos para salir en grupo, no todos, al menos la bolita que estábamos en ese momento. Así por mayoría de votos, quedamos ir al cine. Sábado, cuatro de la tarde. Mi formalidad hizo ir al encuentro, puntual.

Tuve que haber ido con un pantalón de mezclilla, una playera y mis zapatos negros boleados ya gastados, tuvo que haber sido así. No tenía en mi guardarropa muchos pares… los tenis blancos de educación física, mis converse y mis zapatos negros que llevaba con el uniforme. Dentro de mis muchos defectos, usar los zapatos negros, limpios, impecables, gastados… era de uno de ellos.

Ahora prefiero los zapatos de gamuza. Se me da por encariñarme con mis zapatos, los cuido y me duran hasta que ya no pueden verdaderamente usarse.
Estuve puntual. A las citas acudo puntual. Esperé.

Claro escuché, sábado, cuatro de la tarde. Las gotas de lluvia arreciaron mi impaciencia. ¿Y si dijeron cinco de la tarde? Esperé hasta las cinco y quince. Fue inútil. Nadie llegó.

Esa fue la primera de muchas veces que me han dejado plantado.
P.D.
gx garambulla.

lunes, 16 de junio de 2008

Ls últimas gotas de junio

Las gotas de lluvia habían salpicado los vidrios del salón temprana la tarde. No hubo truenos como días anteriores, sólo un chipichipi intermitente, de esos que moja la ropa sin que uno se percate. Salió el sol, pero también llovió al mismo tiempo. No hizo frío, más bien un calor sofocante.

El último día de escuela fue como un día normal cualquiera del mes de Junio. No tengo más recuerdos, más detalles. Ese día por la noche estaba despejado, no había estrellas, no hacía falta; no había lluvia, ya había llovido suficiente.

Agarramos, entre varios a un compañero, lo arrastramos hasta un charco de agua, lo aventamos, lo mojamos. No hubo enojo, sólo risas. Así uno en uno, cómo animal para bañarse agarramos a casi todos los compañeros del salón y los revolcamos en un charco de agua.

No me escapé. Tenía que ser mojado, aventado al charco de agua como los demás. No me gustó, pataleé. Si bien no lo mencioné a más de uno se la recordé. Hubiera ido yo solo caminando ... me hubiera revolcado en el lodo ante el beneplácito de los que me miraban. Pero me arrastraron al lodo, más que agua, y como un puerco me aventaron.

Qué más daba, era el último día de escuela y yo ni cuenta me daba.

domingo, 8 de junio de 2008

Los últimos días de la secu

Los últimos días de la escuela estaban acompañados por días calurosos y tardes lluviosas. Todos puntuales a la hora, no había clases. No había nada qué hacer, sólo calentar los lugares, jugar semana inglesa en el salón de clases, contar chistes, hacer olas, grupitos sin alzar mucho la voz ante la anuencia del maestro. Por la tarde, al caer la noche jugar basketball, juegos, hacer grupos, platicar, etc.

Dalila no participaba. Salía al balcón del salón. No decía nada. Imaginaba lo que pensaba de nosotros, lo infantil que nos veíamos y la estupidez del maestro ante no tener nada que decir, nada que enseñar, éstos la veían indiferente, resignados.

Me gustaba su carácter, nadie la cambió, defendió siempre su franqueza y su manera de pensar. Yo no decía nada, callaba, aceptaba lo que los demás decían, no expresaba mi opinión, anticipaba los hechos, las consecuencias.

miércoles, 4 de junio de 2008

El balón

Andaba feliz con el balón de basket que mi tía Eulalia me regaló el día de Reyes, hasta que me lo robaron.

martes, 27 de mayo de 2008

Mis primeras lecturas

De siempre he tenido una pésima memoria, mala retención de información y una pésima caligrafía; ni que decir que soy desordenado hasta con mi vida. Tal vez lo único que tenga en orden son libros acomodados, libres de polvo.
Puedo decir sin pena que nunca fui bueno para la escuela, pero sin temor a equivocarme las clases de literatura siempre me apasionaron. Así recuerdo a mi maestra de literatura. Pelo corto ondulado, canoso, sus blusas ajustadas a su cuerpo, faldas abajo de las rodillas, botas que cubrían sus piernas. No tengo otra imagen de ella que no sea usando sus botas negras bien lustradas.
No olvido su amor a la literatura, su buen gusto para vestirse y ser ella, a pesar que rozaba los sesenta años. Pero lo que más admiré de ella el amor a su profesión, en verdad disfrutaba lo que hacía. Puntual siempre en clase, no sé que tanto cargaba en su bolso negro, pero de seguro cargaba libros. Cuando no daba clases leía.

Mi abuelo leía todo lo que llegaba a sus manos. Era el la atípica persona que leía todo, fuera una envoltura que no servía, un instructivo, una novela vaquera, un libro de historia, recetas de cocinas. Tal como imaginan. Andaba por todos los rincones llevando instructivos, novelas.. y leyendo. No era el que guardaba lo que leía, él era práctico, después les daba un buen uso. Cualquier texto de su lectura era bueno para limpiar los vidrios, o servían como limpiones de cocina….

No sé si fue por osmosis, por que no recuerdo que mi abuelo me hubiera enseñado las letras o deletrear, pero aprendí a leer mucho antes que los demás niños. A mí no me dio por leer todo lo que llegara a mis manos, no me gusta leer los instructivos, ni les he entendido a las recetas de cocinas con ingredientes que nunca he oído hablar de ellos, y sobre todo le tengo una aversión a libros que parezcan enciclopedias o libros con muchas, muchas hojas, por que luego pierdo el hilo de su trama inicial.

Mi abuelo me sentaba sobre sus piernas o cerca de él y me leía algunos cuentos de libros de español, después yo solito buscaba mis cuentos. Confieso que mis primeras lecturas eran sobre hazañas de magos, príncipes, mendigos y princesitas.

Aún recuerdo uno de ellos, situado en un lugar de castillos.
Tras negarle la mano a un aldenano por no tener nada en sus bolsillos, éste solo cargaba mucho amor, pero nada de dinero consigo, se fue desilusionado al bosque. Nunca pensó en suicidarse, eso sólo pasa en la vida real y nunca en cuentos infantiles. Allí, un duende le dijo que portando una vestimenta de oso durante siete años le daría como recompensa un castillo y muchas monedas de oro. Así anduvo él por toda la comarca, vestido de oso, cargando las risas de todos los que lo veían pasar. Recibió su recompensa y fue muy feliz en su castillo, sin deudas o requerimientos para cotizar en el infonavit...pasados los años me pregunto ¿cómo iba al baño?, ¿llegó a lavar su disfraz?

viernes, 23 de mayo de 2008

Los hermanos

De los pocos amigos que tuve, los Cuates. Los cuates no se parecían en nada, sus personalidades eran bien diferentes, así pensábamos quienes los conocíamos, hasta dudábamos que en realidad fueran cuates, pero su mamá lo aseguraba.

La Cuata era de mediana estatura, llenita, seria con los desconocidos y risueña a los que conocía muy bien. De voz suave al hablar, pelo corto ondulado a ralla en medio. Crucifico por arriba del cuello de la blusa, usaba la falda del uniforme muy por abajo de las rodillas; las calcetas totalmente restiradas ocultaban sus piernas, mocasines negros, impecables. Siempre puntual, caminaba con paso lento y firme, en la mano izquierda abrazando libros y libretas.

Cantaba en las homilías dominicales, en la rondalla del la escuela, también cantaba cuando hacía tarea, cuando estaba triste o llovía, con sus amigos. Su vida era un musical.

Parecía una mujer mayor de lo que en realidad era, se veía muy madura por sus facciones físicas y por su por su vestimenta, era como una monja chiquita; a su hermano lo conocí mejor. Ambos eran de la misma estatura, él con un poco más de kilos en el abdomen, sonrisa timidona, voz algo ronca. Pelo corto, ondulado, con personalidad opuesta y parecida a su hermana. Tenía un carácter más abierto con los cercanos amigos, con los demás era muy reservado. Era más desobligado, impuntual, desordenado, valemadres.

En una clase donde llegó el director diciendo que lo importante para sobresalir en la vida era el estudio, la dedicación a éste y sobre todo ser ordenado en la vida. Caminó entre las butacas del salón, siguió platicando y fijó la mirada en el cuate: “como lo he estado diciendo, es importante ser dedicado y ordenado en los estudios”, volvió a decir.

Diciendo y actuando, tomó la libreta del cuate. Ha de ver pensado que era alguien de fiar, ordenado, tenía una facha de estudioso, pulcro; portaba bien planchado su uniforme. Alzó su libreta… las hojas como árbol muertas en otoño caían de su libreta. Algunos dibujos sin ton ni son, cayeron hasta el director, apuntes con pésima caligrafía, qué decir de la ortografía.

Hubiera habido risas, pero estaba el director. Sólo miradas indirectas entre nosotros.


También usaba un crucifico más a fuerza que por voluntad, olvidado muchas veces y recordado por su madre, quién decía que debía de traerlo puesto todos los días. Éste se debía colocar después de ponerse el uniforme de la escuela, antes de salir de casa, encima del cuello de la camisa para no ocultar nunca la fe cristiana.

Esto al cuate le valía. Sus amigos lo sabíamos muy bien. No sabíamos todas sus perversiones del wey. Tan pronto nos sinceramos, nos contó algunas, otras más las dedujimos. No hacía falta decir que quedaban bajo secreto de estado, pero ya pasó tiempo, tanto que hasta se casó el wey.

Tenía una fascinación inconmutable por las revistas pornográficas. Hasta hoy no he conocido a nadie con un tipo de religiosidad por algo, como él la tenía en ese momento. Las coleccionaba debajo de su colchón. Su mesada se le iba en comprar éste tipo de revistas.
Para los que los pocos que sabíamos, éstas se rolaban cada semana. Las prestaba sin cargo a una semana. Después como servicio de biblioteca pública se tenían que devolver sin excusa alguna.

Tres éramos sus amigos. Cada fin de semana, los viernes, ya a la salida ajustábamos cuentas, sabía que revistas habían sido prestadas y cuáles no.

Esa perversión pronto la descubrió su mamá un día que cambió las sábanas, una tarde que él no estaba. Una cantidad de revistas, a colores, en blanco y negro, en español e inglés estaban bien acomodadas y bien cuidadas debajo de su colchón. Así sin saber el valor de ellas, cuánto mitigaba la soledad, el valor monetario o sentimental de éstas, valiéndole madres, las agarró, en su arranque de ira las apiló en el patio y las quemó no sin antes decir una decena de salmos y rosearlas con agua bendita, a punto estuvo de ser excomulgado por su madre. Su niño era un pervertido pornográfico.

Todo esto me lo confesó El Cuate, como pecador que confiesa sus pecados. Sinceramente creo que no le afectó, pero le dolieron las revistas quemadas, con ellas se quemó algo de él. Todo esto fue avalado por su hermana, La Cuata, me contó del sufrimiento de su madre por la conducta de su hermano. Rosarios le rezaban, le roseaban agua bendita por las noches, a dos misas asistía los domingo, y ni una mesada de ahí en adelante. Sufrió de un incesante acoso y cateo por parte de su madre.
En el fondo ella quería que su hijo fuera clérigo, que tuviera la gloria celestial… el cabrón quería las glorias terrenales.

miércoles, 14 de mayo de 2008

La tía Eulalia

La tía Eulalia tenía un raro carácter. De niño la recuerdo sonriente, atenta, preocupada por nosotros. Siempre dispuesta a llevarnos al cine, a comer, a jugar, ella era la única tía que nos aguantaba. No se casó. Eso a ella no le importaba. A nosotros tampoco.

Se levantaba bien temprano con tubos en su cabeza. Ya pasada las siete de la noche el tiempo lo dedicaba a ella: bañarse, pintarse las uñas, ponerse mascarillas y antes de dormirse ponerse religiosamente los tubos en su cabeza. Así la recuerdo, con esa maraña de cabello cepillando largas horas frente al espejo, por las noches antes de ponerse sus tubos y por las mañanas al quitarlos.

No entiendo como podía dormir con semejante cosas en su cabeza envuelta con una pañoleta. Y si la vieran, dormía tranquilamente. Creo que no se movía mucho, la veíamos inmóvil, durmiendo boca arriba, sin moverse en absoluto, roncando.

Al otro día temprano, mientras se cambiaba se iba quitando tubo a tubo. Ya en el desayuno estaba totalmente presentable, antes muerta que sencilla. Ella era la que cuidaba a mi abuela de sus males, éstos la han de ver contagiado de tristeza y amargura, poco a poco dejo de sonreír, de salir, para consagrarse a su madre. Fue la que atendió a sus hermanos, luego a su padre enfermo, a sus sobrinos, después a mi abuela.

Era ella de carácter recio y tierno con sus sobrinos. Robusta, alta, llena de vida. Así la describen todos cuando la recuerdan

Cuando ya no hubo a quién cuidar, quiso empezar de nuevo al ocaso de su vida.

Triste es, por que cuando no hubo enfermos que asistir ni sobrinos por ver, el destino le jugo una mala jugada. Un cáncer agresivo le invadió rápido su cuerpo, tan rápido que cuando ella comentó esa navidad en una mesa los resultados de sus estudios, para fines de ese mismo año había extinto.

Tantos recuerdos guardaba ella en cajitas especiales, las tiraron, para nadie fueron importantes. Así se repartieron los pajaritos, se secaron las plantas, acabaron todo y pelearon los buitres la casa por muchos años

domingo, 11 de mayo de 2008

4 de Enero

Dejamos la casona un 4 de Enero, así que el día de los Reyes se adelantaron. Cuando la tía Eulalia me preguntó que le pediría a ellos, no le contesté, me sonrojé. Nunca dejes de creer en ellos, todos llevamos un niño dentro, me dijo.

Nunca se casó la tía. Ella era su compañía de la abuela, ambas perdidas en esa casa grande con much os cuartos con camas, con pajaritos en jaulas en los pasillos y macetas de barro con plantas de hojas grandes y verdes bien cuidadas.

Por las mañanas el olor del grano del café que salía de la cocina volaba, cruzaba el pasillo donde dormían los pajaritos, brincaba los geranios y entraba por las habitaciones. Nunca faltaba el café desde temprano, ese olor me despertaba.

El café ya estaba puesto desde las siete de la mañana. Por las tardes era lo mismo. Siete de la noche, casi en punto. Si algo había en esa casa, era puntualidad o la monotonía o una combinación de ambas. Se desayunaba, comía y merendaba a la misma hora. Se tomaba café en la mañana, y por la noche, estuviese lloviendo, hiciera calor o frío.

En la cocina había bolillos que compraban desde temprano y nata fresca para el que quisiera. Así que mis desayunos siempre eran bolillos dorados untados con nata y un jarrito de barro con café de grano. Así el olor de café en las tardes de lluvia o muy temprano, evoca mis pensamientos la cocina de mi abuela.

La tía volcaba un exacerbado amor hacia sus sobrinos, a quienes cariñosamente llamaba sus hijos.

El cuatro de enero, antes de partir, mucho antes de la siete de la mañana, el olor de café nos despertó. Antes que nos dijera la tía Eulalia : “vayan a buscar sus juguetes” nos adelantamos. Buscamos y rebuscamos. No había nada, ni el zapato que dejamos, ni el juguete. Nos volvimos a acostar.

Hacia un año atrás que mi prima al despertar antes que de costumbre un seis de Enero vio a los Reyes, me dijo. No se incorporó, al contrario, se quedó quieta, para ver tambaleando, casi enfrente de ella con un gran moño colorido su regalo. Así que todavía a oscuras, con el rabillo de un ojo observó el movimiento y sin inmutarse por el tosco ruido que hacían para poder meter esa nueva cama a su cuarto. Pendiente estaba con cara de consternación y sorpresa.

“No dije nada, no me atreví, me iban a calabazear, me confesó.

Así sentados a la mesa con un zapato cada quien miramos para todos lados Fingimos no saber nada. No desayunamos rosca de Reyes, no, fue cafe con bolillos sin nata.

“Espero que les haya gustado sus juguetes, mijos ” dijo la tía.

“Es que no los encontramos “, dijimos dudosos con cara de tal vez no buscamos bien.

Nos percatamos que debajo del árbol de la jacaranda , donde la perra tenía su casa, había hecho de su propiedad los juguetes y zapatos. Ella nos miraba desconcertada, nosotros a mi tía, mi tía a nosotros y todos en una carcajada que no desaparecerá de mis recuerdos jamás

miércoles, 7 de mayo de 2008

La bolsa de cuetes

A fines de ese año recuerdo estar rodeado de mis dos hermanos, primos y primas. No sumábamos más de diez en total. Fue la última vez que estuvimos juntos. Llevamos una piñata y muchos, muchos cuetes.
Algo raro estar ahí todos juntos. Cuando se trataba de que mi padre visitara la casa de mi abuela ponía pretextos: el trabajo. Mi madre también ponía pretextos para ir a la casa de mi padre: el quehacer del hogar que nunca acababa, la comida que tenía que estar lista para los hijos o un dolor repentino de cabeza...Eso siempre le funcionaba.

Ese día, mi padre estuvo en una presente ausencia, fumando, rodeado de una aureola de humo, como tratando de ahuyentar a los demás con ese fétido hedor. Esa adicción la adquirió ya tarde. No tengo recuerdos en mi temprana infancia de su adicción al cigarro. Mi madre feliz, en la que un día fue su casa, con los suyos. Se une a los villancicos, no se acuerda de nosotros. Mi padre nos tiene en la mira, no tolera el ruido, se aleja, trata de disimularlo de mala gana. Lo veo en sus expresiones, en su mirada inquisidora.

Encerrados en una habitación, los escuincles murmurábamos, todo nos causaba gracia, hacemos planes, nos apartamos de mi padre, a veces he llegado a pensar que le molesta la felicidad de los demás. Ante cualquier desmán, ruido, algo que no le parece por parte de sus hijos, suelta zapes a diestra y siniestra, sea grande, sea chico, a solas o en público, suelta el golpe sin investigar bien.


No pide perdón por su error, son gajes de un padre resentido de la vida. De siempre es frío, autoritario, no escucha, por eso no nos acercamos, todo le parece mal.

Entrada la noche quebramos la piñata. Hubiéramos llevado dos, una no fue suficiente para tan buen ambiente, el siguiente año llevaremos varias coincidimos mi hermanos y yo. Faltaba quemar los cuetes. Mi hermano hizo una selección de cuales llevar. Así los más quemados fueron los chifladores y otros, en los que, era más fácil quemarse con un cerillo que con esos cuetes. Otra bolsa quedó en mi casa guardada, escondida ante la vista de mi padre.

Vivimos un mismo año diferente. Los adultos en la azotea reviviendo muertos no olvidados, llorando de tristeza ante los ausentes. Yo no logro comprender su pena y me entusiasmo con la bolsita de papel que parece no tener fin. Me uno a la algarabía de los primos, todo es risa, felicidad.

Bien que la pasé, hasta que mi padre opacó la madrugada, los chifladores rezumbaron en los oídos de éste y lanzó zapes. Echar aguas no fue suficiente.

¡ no entienden que pueden quemar algo, carajo¡

¡ Itzhak , ni la friegas pareces chiquito¡

Fue la última vez que estuvimos en esa casona. Ya no había pretexto para estar ahí, ya no estaba la abuela.

jueves, 1 de mayo de 2008

¿Cúales son tus pecados?


Ya estaba en segundo año de secundaria cuando comulgué por primera vez. Mi madre no logró convencer a mi padre de renunciar a su religión, ni mi padre de que mi madre renunciara a la suya, ni tampoco sus padres lo pudieron lograr, de ahí la indiferencia mutua que ambas familias siempre se tuvieron. Si la religión no los unía no los uniría nada.

A diferencia de otros niños nunca me entusiasmé como los demás. Recuerdo que para muchos era algo esperado y trascendente, en especial para algunas infantas. Se sentían como novias chiquitas en esos vestidos blancos, pulcros, pomposos. Caminaban del brazo de sus padres, alzando con timidez su vestido para que no hubiera mancha, mostrando sus zapatos nuevos y calcetas blancas, garbosas hacia el altar.
Algunas lo usaban todo el día, aunque por lo habitual después de la ceremonia se cambiaban. No sé si alguna otra vez lo volverían a usar.

Recuerdo a una de ellas. Ya al ocaso de la tarde, corría, giraba para que flotara el vuelo de su vestido ya manchado en el largo de éste. Alta ella, parecía novia que había perdido la razón.
Ellos sólo en un atuendo blanco, simplón. No importaba, con un pantalón y una camisa blanca bastaba, se decía que nunca más volveríamos a vestir así.

Estuve en una preparación que llevó más de lo habitual. Varias faltas consecutivas que tuve a causa de la varicela fueron suficientes para no continuar, a punto, pero ya no fui.

Después, fue la falta de dinero de mis padres. Bajo el argumento de no tener dinero y la excusa de seguir asistiendo, ya que así saldría mejor preparado. El interés lo había perdido hacía mucho. Una vergüenza de ser el más grande del grupo me incomodaba. Contestaba las preguntas que me hacían y asistía por inercia, por la extrema y férrea autoridad de mi abuela materna. Entonces no importaba la opinión de uno. Era sólo obedecer de mala gana. No se contradecía a los adultos mayores, menos si se estaba uno preparando para recibir la comunión. Cualquier insolencia por parte de uno salía a flote lo de la preparación para la comunión.

Recuerdo mi turno en la confesión. Ese día tenía que estar arrodillado frente al sacerdote, delante de los que comulgarían por primera vez, de los que padres de éstos y familiares que esperaban su turno.Impacientes, a la espera de pasar, como si tuvieran una larga cadena de pecados que contar y tuvieran necesidad de ser absueltos.

Confieso que las gotas de sudor me escurrían como lagrimas que caen sin detenerse. “Por Dios, hijo, qué pecados puedes tener tú”, me dijo mi tía Eulalia, dándome un beso antes de arrodillarme ante el sacerdote.

¿Cuáles son tus pecados, hijo mío?

No me confesé del todo. No diría nada de mí ante un extraño, las intimidades serían mías y de nadie más, ahora las cuento. Había amado a Dios sobre todas las cosas, no había jurado el nombre de Dios en vano, ni ofendido a padre o madre, ni robado, ni había matado a nadie, ni había deseado la mujer de mi prójimo. No tenía pecados que decir — según yo—. Pero no iba a decir de las revistas pornográficas que el Cuate me prestaba, ni de las veces que nos reuníamos para ver los partidos de volibol o basquetbol, sólo para ver las entrepiernas de las viejas.

No importaba si perdían o lo mal que jugaban, el chiste era estar nada más como se movían. Siempre que había partido, nosotros en primera fila, sin decir una sola palabra durante el partido, desde el piso, sentaditos observábamos. Sólo se nos movían los ojos y otras cosas de un lado para el otro.
Ni tampoco me atreví a decir de las conversaciones de la banda, o sus sueños, ni perversiones, o fantasías, menos de las tácticas para llevarse a una vieja a la cama.

Tuve que inventar pecados sosos. Pensé que en ese momento era el centro de las miradas y que estaban atentos a oír ante la confesión de mis pecados. " ...es que no obedezco a mi mamá, padre, digo muchas mentiras… “

Desde entonces ya pintaba para mentiroso. Fue la primera y última vez que he confesado hasta ahora. Bien que recuerdo el día de mi primera comunión, tanto esperar y sólo hubo tamales y atole.

miércoles, 23 de abril de 2008

Las conversaciones

Algunas veces participaba de las conversaciones entre machines., la mayoría de las veces en desacuerdo con sus conjeturas y su manera de pensar.
Era casi inconcebible que a esa edad alguien tuviera quejas de un condón. Así lo dijo una vez el Güero Ramírez: “qué no había condón que cubriera a gusto sus partes íntimas”. Le lastimaban un chingo y tenía miedo de una amputación, pues afirmaba que una vez a su perro le puso una liga apretada en su larga cola, secándose ésta, quedando mocho después. Esa queja en lugar de causar risotadas como era habitual, causó caras de preocupación.

Una larga lista de mujeres habían pasado por su cama, según él, su primo era testigo de ello, pues siempre remataba con un ¿verdad wey? , dirigiéndose a él.
Éste siempre movía la cabeza de arriba hacia abajo sin decir nada, afirmando con éste moviendo que era verdad. Cuando alguien ajeno a ese grupo de amigos llegaba, las conversaciones cesaban, indicándole de esta manera que no era bien visto ahí.

Por su parte El Negro afirmaba que el exceso de acné en su cara era provocado la testosterona en demasía, la masturbación y su virginidad. Eso causó sonrojes entre todos cuando en plena clase le preguntó al maestro de biología qué sí eso era verdad. El maestro lo desmintió una y otra vez, vaya la necedad del Negro. Uno y otro creían tener la razón. Así como pregonaba su virginidad así pregonó cuando lo dejó de ser dos años después. El acné no ceso.

Nunca faltaron las tácticas de los Don Juanes que daban técnicas de cómo ligar y llevarse a una vieja a la cama. La regla número uno: Tenía que obedecer siempre, no objetando nada, sino era falso su amor. Así cuando en los primeros escarceos sexuales ella objetaba al momento de desabrocharle la blusa, él podía decir sin remordimiento: ¿… es que acaso no me quieres…?

No sé que tantos disparates se decían en torno al miembro viril, como cuando oí accidentalmente una conversación entre mujeres. Una de ellas afirmaba que esa tumescencia viril era producto de un hueso que iba dentro. Sino cómo se explicaba esa forma y esa rigidez.
Yo no dije nada. Nada más me reí. Yo no tenía ningún hueso dentro de él, quedé pensativo
Muchas cosas contadas fueron mentiras, algunas de ellas verdad
Como la anécdotas del Gordo, un tipo bonachón de mediana estatura, pelo negro afro que le gustaba sobornar a los maestros y luego quemarlos con los demás, no importándoles a éstos. Tenía una asquerosidad de no ocultar la voluptuosidad de los vellos de su cuerpo. Se jactaba de no usar ropa interior y andar con la bragueta abajo.
No tenía tema de conversación, algunas veces reservado especialmente con las mujeres de su edad, no así con las mayores. Prefería siempre hablar en el pequeño círculo de amigos que mezclarse abiertamente con los demás.
Nos contaba de sus amantes que tenía, todas ellas mayores de edad. Eso fue verdad. Ya para acabar el último año escolar en un plática, una compañera nos comentó que el Gordo tenía una novia que le llevaba como diez años, pues casualmente era enfermera y vivía cerca su casa.

viernes, 18 de abril de 2008

Zapatos de suela de goma

Al salir de la secundaria dejé casi por completo de ver a Daniel. Un par de veces lo vi cuando cursamos la prepa, tuvimos turnos diferentes, aunado a una apatía aparente hacía mí. Cuando lo veía , sólo era : “Hola “.
No sé si era un farsante saludo. Podría casi jurar que los años no lo cambiaron físicamente. Mientras noté como crecían y tenían cambios los demás, a él lo vi de la misma estatura; delgado, moreno, pelo lacio, negro. Se levantaba y tenía el peinado ya hecho, de raya en medio. No había aire, lluvia o tormenta que lo despeinara.

Era lampiño, con cara de niño bueno, bonachón, serio, sonreía tímidamente. No sé cuantos pares de zapatos tenía; unos zapatos escolares negros de agujeta con punta redonda con suela de goma usaba en la secundaria. Eran los mismos que usaba los fines de semana. Más tarde en la prepa usaba un par muy parecido, eran pues los zapatos de suela de goma ya parte de su personalidad.

Eso me llamó la atención años después de haber salido de la prepa, cuando me lo encontré en la calle casi de frente, de improviso. La prisa de ese momento, la apatía que no sanó con los años hizo que sólo lo saludara sin esperar conversación alguna.

¡ hola, Daniel ¡

Hola , me dijo levantando un poco la cabeza.

No traté de hacer recapitulación de nuestra amistad, ésta se había marchitado años atrás. No se detuvo a conversar, tampoco lo hice yo. Al verlo, me evocó tantos recuerdos olvidados, desenterrados en ese momento, por ese casual encuentro. Lo vi igual … con los mismos zapatos de suela de goma. Este wey sigue igualito, no cambia, pensé.

Seguí caminando, eché reojo para verlo una vez más y me cuestioné sobre que sería de su vida. Tiempo después, me encontré fortuitamente con un compañero igual, de la secundaria. Hola, Itzhak, ¿cómo has estado?

Hacía años que habíamos salido de la secundaria, fue en la clausura donde lo había visto por última vez, cuántos años atrás.Tuvimos asperezas que nunca limamos, aún así me dio gusto saludarlo y contesté las preguntas que me hizo. Había sido muy amigo de Daniel, aún más, habían sido vecinos.

¿A quién has visto de la secu?, preguntó. En ese momento, un flash back invadió mi memoria, segundos tardaron para contestarla. Por más esfuerzos que hacía no podía ligar nombres, fechas, nada, esa era la realidad. Había sido de pocos amigos. O no había prestado atención con detalle acerca de quién o quienes habían sido mis amigos y cuánto tiempo había pasado en verlos.
Tuvimos diferentes amigos, a pesar que compartimos salón por más de tres años.
¡Daniel ¡ dije con firmeza. Era verdad, hacía menos de un año que lo había visto. Bien que lo recordaba, ¿ tú… a quién has visto? Hubo uno segundos de silencio.
¿No supiste?
¿Saber, qué wey?
A Daniel lo mataron días después de la clausura de la prepa.

martes, 15 de abril de 2008

La bolita de la secu

De siempre he sido de pocos amigos. Los primeros días de clase, hice amistad con dos compañeros, los tres nos juntábamos a la hora de receso. Un compañero, apodado El Flaco, nos contaba sus peripecias de fin de semana.

No escatimaba en detalles, y nosotros en preguntas. Siempre había algo que contar, y por lo mismo, algo que preguntar.

Era un mozuelo, con ralo bigote, pelo lacio relamido con algún tipo de gel que le daba un aspecto sucio. Güero, flaco, alto, con algunas pecas debajo de las ojeras y alrededor de la nariz. Nos llevaba algunos años, pero muchos mentalmente. Los fines de semana nos contaba de sus idas a los bailes, toquines, fiestas, cualquier lugar con música y mujeres era bueno.

Pantalón de mezclilla, botas vaqueras, era su vestimenta de fin de semana, acompañado siempre de un cigarro en los dedos de las mano. No tenía cara de niño, eso era verdad. Más con el fin de ligar y coger que con el fin de bailar, salía los fines de semana, el ser bailador le abría muchas puertas. En todas las fiestas acaba siempre con alguna mujer, prostituta, señora o dama sola, eso según él.

Todos los lunes, al inicio del receso llegaba el momento de preguntar sobre sus aventuras, juergas y revolcones.

Apartados de oídos pulcros, nos contaba sus andanzas. Éstas duraban fácilmente hasta los días miércoles. El Flaco empezaba, Daniel y yo, atentos, sin perder el más mínimo detalle de lo sucedido.

Nuestras conversaciones no distaban de otras en cuanto los temas. En cualquier bolita, el contexto de la plática era sexual. No se de que platicaban las mujeres, pero en nuestras pláticas había una denotación sexual en todo a nuestro alrededor. A escasos tres meses del inicio del ciclo escolar, El Flaco dejó de asistir. Con su partida se acabó la excusa de nuestra amistad entre Daniel y yo. A partir de ahí, mostró una apatía que no cambió en los tres años que compartimos salón. Nunca más volví a entablar conversación amistosa con él. Dentro del aula sólo el trabajo en equipo asignado por los maestros nos unía. Fuera de ella, nunca. Sólo un hola y adiós.

domingo, 6 de abril de 2008

El beso

Desde el segundo piso observamos todo, casi no platicamos esa tarde.
Nos habían visto juntos desde los primeros días de clase. Alguien grito: ¡¡¡Vamos a casarlos ¡¡¡
No objeté nada. Ella tampoco, no dudada en decir algo que no le gustara. Lo expresaba, incomodando a quienes la oyeran. Alguien con un conferido poder apócrifo de juez nos casó. Los dos prestamos atención. Las manos me sudaban- de siempre-, sequé mi frente y las palmas de mis manos con un papel klinex.

Un silencio se apoderó del salón. Nos tomamos de las manos. La ceremonia duró minutos. Pueden besarse.
En se momento un grupo compañeras agarraron a Dalila y otro grupo de compañeros me agarrarró. Insistan con gritos: ¡ beso¡ ¡ beso¡ A fuerza querían repegarnos. Fue la primera vez que olí su cuello, sentí sus senos y su cuerpo contra el mío. Estos rozaron una y otra vez.

Fuimos la última pareja que casaron en esa Kermés. La música bajó de volumen, empezaron a dispersarse, pero los gritos de beso seguían incesantes. Recuerdo más curiosos que conocidos.
En un momento de ofuscación abrí la boca buscando aire, mi corazón palpitaba aceleradamente. Mis labios totalmente abiertos cerraron los de ella, en lo que parecía un beso desenfrenado, practicado una y otra vez.
Ella y yo no volvimos a tratar este tema nunca más.

martes, 1 de abril de 2008

Ensueño

Esa kermés fue algo diferente para mí.
Poco antes había dejado la escuela primaria, no tenía amigos, aunado a que no se me daba ser amiguero. Sin tener el más mínimo de los gustos asistí. Me ha incomodado estar ante tanto desconocido, y me hallaba allí rodeado ante decenas de ellos.

Qué diferente la solemnidad en el patio central con uniforme los días lunes. Se procuraba estar atentos a las indicaciones del maestro que presidía los honores a la bandera ese día, vigilados por los prefectos. Cualquier risa o imprudencia durante los honores a la bandera, el castigo: estar dos pasos adelante de toda la formación del grupo, ante las miradas inquisidoras de toda la escuela.

Sin esa solemnidad, sin uniforme y sin prefectos, todos se transformaban. Las reminiscencias de la infancia todavía estaban bien marcadas, tanto en el aspecto físico como en las mentales, más en parte de ellos que en la de ellas, había por ahí muchas excepciones.

Ellas llevaban mucha delantera, preferían a los varones mayores, cualquier wey con bozo bien marcado, lo miraban como todo un casanovas; fácil disfrazaban su edad ya sea con un peinado diferente, minifaldas, zapatos altos y barniz en las uñas, querían a toda costa representar una edad que no tenían.


Para ellos, la vida o edad, les iba y venía. Disfrutaban estar ahí, nada complicado. Si unos converse o vans combinaban con pantalones deslavados, playeras de un equipo de fútbol, o basquetbolistas les era indiferente.

Llegué vestido con un pantalón de mezclilla ajustado, tenis converse y una playera blanca holgada con el Pato Lucas estampado en ella, recuerdo que nadaba en ella. Un dije con una lengua roja colgaba sobre mi cuello, tres pulseras hecha de hilos de varios colores con diseños de grecas llevaba sobre la mano izquierda.

Con indiferencia subí al segundo piso del plantel. No sabía bailar así que me concreté a observar a los demás. Thriller de Michael Jackson se escuchaba, al igual q los éxitos de Madona. Después de un breve silencio, Batman se escuchó hasta el cansancio.

Una grabadora de falluca gris con decenas de casetes a los costados servía para tal propósito.

Un grupo de alumnos, autodenominados policías, buscaban malhechores para apresarlos; un salón de clase se acondicionó para tal propósito , la única manera de poder salir de allí, a través de un soborno.

A Dalila la vi recargada sobre el barandal del segundo piso, cuál Ensueño de Manuel Álvarez Bravo, ensimismada en su mundo. Desde ahí se tenía la mejor perspectiva. No me atreví a hablarle . Nos separaba un muro.

Empezó a tararear …I just call to say I love you… Hice lo mismo, sin saber el significado completo de la letra, sólo lo hacía porque era una canción pegajosa.
¿ Te gusta también Stevie Wonder? Le dije sí. Era verdad, pero por mucho tiempo creí que Stevie era una Mujer

martes, 25 de marzo de 2008

Mi primer beso

Mi padre no podía controlar su enojo, aún así a mí me iba bien, no así a Dalila.

A ella la conocí en los primeros días de secundaría.
Mi primer beso no fue de esos espontáneos, ni robado, o de esos eternos, o deseados, o a escondidas, no. Fue delante de todos mis compañeros en una kermés.
Ahí fue donde coincidimos, desde los primeros días de clase nos hicimos amigos y fue allí donde nos casamos y nos dimos nuestro primer beso.
No era la más guapa de la escuela, mucho menos del salón, pero era la más chida conmigo. Hubo toda clase de confidencias, de esas que sólo se cuentan a los que consideramos amigos.

Era ella una chica de lo más sencilla. Siempre andaba con pastillas o mascando discretamente chicle sabor hierbabuena, para ser franco, fue ese olor intenso a hierbabuena lo que llamó mi atención.

En su mochila había de todo. Cargaba una infinidad de triques: fácil se podía encontrar libros, libretas forradas y amarradas con estambre en lo que parecía haberse llevado meses de ardua elaboración, un par de tijeras, resistol, cinta diurex, mucho papel sanitario, infinidad de plumas, lápices, su cepillo y bolitas para el pelo, miguelitos, pastillas, y por supuesto numerosos chicles, - aún ahora conservo esa adicción-.

Siempre andaba peinada igual. A ralla en medio, o hacía una especie de zigzag, se dejaba el fleco, lo restante lo agarraba formando unas discretas coletillas que iban peinadas hacia atrás, confundidas fácil con el largo de su pelo que lo llevaba a la altura de los hombros.

Ahora que evoco su fisonomía y su personalidad, fácil recuerdo su manera de ser, extraña, solitaria, distanciada de todos. Muy parecida a mí en ese aspecto.

Su madre no era alta, complexión robusta, cabello corto. De lejos la conocí en la primera clausura escolar. Tenía ante los demás una imagen tierna, bonachona, muy diferente cuando se enojaba. Una rara personalidad muy parecida al Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Todos conocían su sonrisa tímida de aspecto amigable. Sólo sus hijas conocían su otra personalidad.

En su enojo agarraba cualquier cosa que tuviera a la mano para ocuparla de utensilio de tortura, cualquier parte del cuerpo era bueno para desquitar su frustrado enojo. Cuando Dalila sacaba malas notas o hacía algo que molestara a su madre, ésta agarraba y le pegaba con saña. No era de las personas que levantara la voz o gritara en la calle. Los insultos y los golpes eran en la casa. Demasiado silencio en la calle era indicio de una tempestad dentro de ella.

No había cable de plancha, grabadora, algo con cordón para tal propósito. Así arrancó varios cordones de plancha.

Un cable de una grabadora estaba colocado a la entrada de su casa sobre el perchero para tal propósito. Más valía nunca quitar ese cable porque resultaba contraproducente. Al entrar lo mejor era detenerse y aguantar los golpes. Dalila siempre se agarraba la cara, su madre tiraba golpes a diestra y siniestra por todo el cuerpo.
Al principio huía, después se quedaba en espera de que su madre desquitara ese enojo acumulado, después por gusto o simple coraje se orinaba delante de ella mientras era golpeada. Aguantaba sin decir nada.
No lloraba, nunca lo hizo. No delante de su madre.

martes, 18 de marzo de 2008

¿Cómo quiere el corte, joven?

De niño no andaba con cabello corto. El pelo lo llevaba rozando las cejas, el largo cubría por completo ambas orejas, era un peinado de estilo cazuelita. No me molestaba ni me disgustaba, me era indiferente, nunca antes le había prestado atención. Lo extrañé tan pronto mi padre me llevó a la peluquería, y deje de ir a la estética unisex, donde se lo cortaban regularmente a mi madre.
Donde iba mi padre era todo tan diferente. Un olor a humo de cigarro, talco, alcohol y brillantina se percibía al entrar al lugar, ya no a peróxido ni a esmalte para la uñas. Los cromos con peinados de señora y propaganda de tintes colgados en las paredes pasaron a cromos de mujeres en trajes de baño. Las revistas de modas y espectáculos se quedaron en la estética.

Las conversaciones eran muy similares, hablar de todo, de la gente, del clima, política, deporte.

Un amplio espejo de lado a lado era lo primero que se veía, estaba colocado sobre un anaquel de madera, frente a él se veían tres sillones perfectamente distanciados uno de otro, aunque siempre estuviera sólo un peluquero.

Un anaquel de madera viejo, a tono con el interior del negocio, al igual que toda la estantería insistentemente pintada burdamente con pintura de aceite blanca, una y otra vez, servían para colocar toda la parafernalia que usaban. Todo se veía y olía a viejo. Excepto las revistas.

En una esquina había una gran variedad de revistas, muy diferentes a las de la estética, no faltaban novelillas de vaqueros, revistas de nota roja y el periódico del día. Cuántas cosas por hojear. Fue la primera y última vez que lo hice frente a mi padre. De siempre tuvo aversión hacia ese tipo de lecturas. Así cuando quería hojearlas, era en la peluquería, o en algún lugar donde no estuviera mi padre presente.

Cuando fue mi turno el peluquero acomodó un asiento de madera, empotrado sobre un sillón enorme para que no me perdiera en él. ¿Cómo quiere el corte para el niño? Nunca me preguntó a mí. Corto, corto, de cepillo, dijo ordenando mi padre. Los vi a ambos con ojos grandes al ver caer mi cabellera. No dije nada. Una rabia se apoderó de mí ese día, apreté los dientes, aún lo recuerdo.

No me miré en el espejo durante muchos días. No tener cabello me disgustaba, detesté el corte de cabello, al peluquero y a mi padre por mucho tiempo. Ya sin cabello tenía otra apariencia física, en el salón me sentí raro. Más de una vez fui pelón de muestra para los demás.

No podía hacer berrinche, ni llorar, no enfrente de mi padre. No existía el yo creo… yo pienso…yo quiero. No había dialogo. Alguna vez que alcé la voz con mirada retadora, mi padre soltó una bofetada, a veces dos. Aprendí a cerrar los ojos en esperaba de sentir su pesada mano sobre mi rostro. A veces llegué a pensar que él lo disfrutaba. Yo no me inmutaba, sólo esperaba, quietecito nomás.
Poco a poco me empecé a alejar de él, de sus conversaciones.
Después de varios años empecé a ir yo sólo a la peluquería, allí, éste siempre preguntaba ¿Cómo quiere el corte, joven? Corto, corto, por favor. Aún después de muchos años, me acostumbré a pedirlo así.

martes, 11 de marzo de 2008

¿ Qué onda pelón?

El inicio y fin de cursos coinciden con la época de lluvias. Así en recuerdos de mis clases vespertinas están implícitos los chipichipis y fuertes aguaceros que se dejan sentir por las tardes.

Ya bien pronto, al iniciar la secundaria, al igual que a los profesores, los estudiantes éramos clasificados. Los mataditos, los deportistas, los desmadrosos, y así sucesivamente. A la mayoría los recuerdo, dentro de clase, por sus apellidos y fuera de éste por sus apodos.

Mi mote me lo gané a escasos días de haber ingresado.

El Himno Nacional era parte inicial de la clase de Educación Artística. Teníamos que aprendérnoslo, pocos días nos dieron para ello. El maestro daba la tonada y nosotros teníamos que seguir las estrofas después de él. Días después siguió la evaluación, uno a uno, delante de todos. Las risas silenciosas no se hicieron esperar. Las risas fueron subiendo de tono conforme pasábamos al frente.
Cuando fue mi turno pasé. Un frío se apoderó de mí, así como muchas ganas de orinar. Era la última clase del día. Llovía. Me incomodó tanto silencio, las miradas observándome.
Empezó el maestro, y dijo: “continua, por favor”. Canté. ¿Cómo se supone que iba a estar entonado si nunca me habían enseñado a vocalizar. Nunca he sido de las personas que cantan, a lo mucho he tarareado en tono desafinado las canciones que subconscientemente se pegan al estar en el radio una y otra vez.

Me senté y fue el turno de una compañera. Hubo un momento de oscuridad, todos gritaron. Se escuchaban los truenos.

Nunca la había visto tan detalladamente como ese día. Allí estaba ella, parada enfrente de todos, a la espera de las instrucciones del maestro. Tosió, pasó sus dedos por su lacio pelo que llegaba hasta el cuello. Se acomodó un prendedor que sostenía un fleco de lado derecho.
Separaba un poco sus pies , juntaba y doblaba un poco sus rodillas. Alta ella, un suéter negro, delgado, entallado la hacía ver más que flaca.
“Silencio por favor”. Empezó el profesor y continuó ella. Las risas no se hicieron esperar. También empezé a reir con descaro como los demás lo hacían. ¿Por qué se tenía que fijar en mí de entre toda la clase?

“Usted, el pelón, cierre la puerta”. Todavía voltee para todos lados – nunca he podido olvidar eso-, buscaba a un compañero que estuviera más pelón que yo. Me agarraron la cabeza. “Tú wey “.
Una compañera se ofreció a cerrarla. “Siéntese, señorita “, “Usted, el pelón, cierre la puerta”. Cerré la puerta. “Cierre, pero por fuera”. Ya no había risas. Al tiempo que salí oí, que molesto se dirigía a los demás. Mí mente estaba en blanco, el maestro movía la boca, manoteaba.
Ella ya no cantaba. . Seguía los movimientos del profesor de un lado para otro. Afuera del salón permanecí mirando por momentos a través de la ventana a mis compañeros, cómo un perrito mojado que busca que lo dejen entrar. ¿ a dónde iba a ir, si mi mochila estaba dentro del salón? Llovía.
Intenté hablar con el maestro. Fue inútil. “no se puede ofender de esa manera al Himno Nacional como usted lo ha hecho".
Vi su manera particular de vestir, su camisa toda entallada y corta , desfajada en la parte de atrás y desabotonado el último botón, dejando ver un abdomen prominente que colgaba por encima del cinturón. El aire jugaba insistente con su mechón de pelo que se movía de un lado para otro. Una insistencia de llevar un largo fleco que peinaba de lado izquierdo al derecho para cubrir la falta de pelo en la parte frontal de su cabeza, lo hacía ver de una manera cómica.
Una sonrisa se dibujo en mi rostro. “Su sonrisa burlona es intolerable, está usted expulsado de mi clase”.

Quedé bajo la lluvia, mirando como se marchaba él con su viejo portafolio negro, con sus asas desgastadas.

sábado, 8 de marzo de 2008

El deporte no es lo mío


¿Qué condición física podíamos tener? Teníamos cuerpos flácidos, yo mismo era ese caso. De siempre he tenido una figura delgada, torpe, al mismo tiempo un raro abdomen, sin haberlo tenido nunca prominente.
En la secundaria hice pruebas para atletismo, al grito de “fuera “, corrí… corrí… cuál animal perseguido. Tomaron mis datos. Cuál respuesta de recursos humanos:
“¡Luego te llamamos ¡ “.
Pregúntenme cuándo me llamaron. Sigo esperando respuesta.
Algo que realmente me molestaba eran algunas tipas que se desvivían por ayudar al maestro. Ya sea forrando sus fólderes donde pasaba lista, marcando las asistencias o inasistencias, colocando notitas o garabatitos sobre de ellas. Desde entonces tengo una abominación por las asistentes personales de los maestros.
Ellas, las asistentes tenían buenas notas. Entonces empezaban las burlas ¿cómo conseguían buenas notas si les estorbaban las carnes? No participaban, se cansaban de inmediato , o tenían mil excusas y recetas médicas.

De todos era sabido que el maestro de educación física era un maestro barco y corrupto, no sólo ese, sino muchos más. La voz se corría de inmediato, quién o quienes de los maestros eran fáciles de sobornar.

Muchos de ellos tenían un currículo impecable o deshonesto desde mucho antes que nosotros llegáramos. Sus sobrenombres ya habían sido designados desde tiempo atrás, nosotros sólo coreábamos lo que decían los demás. No había perdón para un maestro quemado una vez.
Eran muy raros los maestros a los que se referían con sus apellidos. Tan pronto llegaban a dar sus primeras clases, se les buscaba cualquier defecto: en el modo de hablar, caminar, enseñar, mirar. Si era muy flaco, muy gordo, con poco o abundante cabello. Cualquier situación podía ser usada en su contra.

Así muchos profesores con carácter fuerte tenían apodos temibles, y los de carácter débil tenían motes irrisorios.

Las clases de educación física consistían en correr dándole varias vueltas a una cancha de béisbol. Un total abandono por parte de nuestro maestro y un desinterés por parte de nosotros. Años después sigo sin enteder la causa de darle vueltas a esa cancha.
Creí entonces que el deporte no era lo mío… o así me lo hicieron creer.

domingo, 2 de marzo de 2008

El olor del cigarro

Ninguno de nosotros tenía condición física.
Se nos podía ver en el departamento dormidos como perros en las horas de mayor calor. El silencio era irrumpido de vez en cuando por ronquidos o por el chasquido que se hace al encender un cerrillo.

Un olor con exceso a humo de cigarro estaba impregnado en toda la habitación, para cualquier persona no fumadora podría serle molesto. Y es que el humo se impregnaba hasta en los calzones. No había prenda que se salvara de ello: toallas, suéteres, chaquetas, cobijas, tenían ese olor característico de una persona fumadora. Ese hedor se metía por todos los rincones de las habitaciones.
El cigarro renuente que más de vez rechacé la mayoría de veces, poco a poco se me hizo adictivo, extrañaba el olor y sabor de éste. No gracias había dicho en más de una vez. Acepté uno de la mano de Carlos, entre mis dedos lo coloqué. Un cerillo encendido, sin prisa, suave, se alejó por un instante, hasta que su humo se extinguió lo suficiente como para poder acercarme sin molestia. Lo prendí suave, aspirando y tragándolo de manera torpe. “Siéntelo wey”.
No sentí nada. Su sabor amargo me era indiferente.
Esa noche circularon los cigarros, las cervezas de a cuartito, y las anécdotas de cada uno de nosotros. ¿Crees en los fantasmas? ¡Los muertos, muertos están¡
El olor a tierra mojada de esa noche se mezcló con olor a ropa húmeda, a copias de lociones baratas - el único que compraba originales era Carlos-, y humo de cigarros Marlboro. Mi primer cigarro fue años atrás.

Esa tarde, el cielo de por sí grisáceo del Defe se iluminaba por momentos por truenos, sin llegar a escucharse. Había oscurecido más temprano que de costumbre.
Nunca me había tocado un chubasco en plena calle, esa noche fue la excepción. Tomamos el microbús a la altura de la Casa del Lago, sobre Reforma. Justo al bajar del microbús frente a la calle de Génova y dar los primeros pasos cayó el aguacero de improviso. Muchas personas habían ocupado el parabús sobre la avenida. Estaban paradas sobre los asientos de acero, tratando de no mojarse.
Corrimos mojados para todos lados, debajo de los toldos no cabía nadie. Éramos unas ratitas huyendo del agua, tratando de no mojarnos. Nos metimos poco a poco entre la gente. Alguien sacó de entre su mochila los dos últimos cigarros que quedaban. Uno cayó al agua y el otro prendieron, lo rolaron, y cuando llegó a mis manos era sólo un despojo. Sólo aspire como los demás lo hacían, por simple imitación. Fue una sensación extraña. En mis dedos quedó el olor a cigarro húmedo.
En vano esperar el cese de la lluvia. Corrimos hacia el metro y nos despedimos uno a uno.